domingo, 16 de mayo de 2010




LA HORA DEL CAMBIO
o tan lejos de dios y del zanjón de la aguada

No habían pasado ni tres minutos desde el primer conteo oficial de votos, que ya era posible apreciar, casi como un acto de magia jamás imaginado, la génesis de los cambios ofrecidos en largas y tortuosas jornadas previas de gesta populista. De hecho, no costó mucho esfuerzo divisar la primera oferta; y es que pese a los treinta y tantos grados de temperatura a la sombra, el cielo ya lucía nublado y una estela de querubines, en vuelo raso, eran los encargados de arrojar cientos de estrellitas de mil colores, como bombardeando a la ciudadanía, con la intensión de abuenarse definitivamente con ella y, de paso, dejar en claro que nunca más harán mierda las instituciones, porque ahora sí que son democráticos y las liquidaciones de verano ya se vienen con todo y rebajas.

Una baratija de cambio pero señal esperada y negocio redondo a fin de cuentas. Y es que para los entendidos en estas materias del triunfo en dos cuotas, meros especuladores del business electoral, el día de hoy es especial y es posible sacar a relucir toda la experiencia meteorológica al servicio de la divina y bolsuda patria. Porque entre más nubes y angelitos de la guarda sobrevolando el firmamento, cortando la escasa nieve de los cerros aledaños, más se acrecienta la presencia y el oficio de dios, que mira atento esperando le den las gracias por el favor que concede a la esmirriada y contradicta ciudadanía de ungir y poner en el pináculo como presidente electo a su costodiado sabandija y que ya alza sus cortos brazos y ríe al mundo con sus coronas y dientes al día.

A sabiendas de que hay que ser muy idiotas para fijar la vista al cielo en busca de algún milagro, ya era posible observar a los habitantes de este pedregoso terreno arrinconado por la naturaleza, con la boca abierta y ensimismados, con la esperanza cierta de ser abducidos por las circunstancias y de recibir el cariñoso arañazo de estos verdaderos seres de otro planeta, obsecuentes hijos de dios, para ya luego, en un abrir y cerrar de ojos, terminar convertidos en ciudadanos de bien y, para más recachas, gobernantes legítimos de este reaccionario peladero. Porque es aquí donde era posible algún día construir la patria soñada y anhelada, algo fascistas pero anhelada. Porque según el libreto esperado, el neoliberalismo hace rato que clavó su garra y sus dientes en el pescuezo patrio y en el anamorfo cuerpo de sus habitantes, a quienes ni siquiera les tiritó la mano a la hora de la urna en pos de sentirse partícipes de los nuevos tiempos, de las utilidades que ya se vienen y, principalmente, y si dios lo quiere, para que resurjan de las cenizas todas las bestias posibles y, con la estrella y cruz en el pecho, logren iluminar durante los próximos años el destino de la reverenda patria y, con ellos, aplacar los cadenazos y apagones que ya se vienen.

Y es el vocero del magnate triunfador, un travestido sin parangón, con ojitos blancos y llenos de castidad, el que anhela ser el primero en congratularse con su jefecito apenas aterrice del jet que lo trae con toda la orquesta y sus payasos, que no haya la hora que le presten el disfraz de autoridad y en undosportres mandarse su visita al Vaticano para darle las gracias personalmente al papa por sus elocuentes rezos en favor de resarcir esta mediocre patria lambiscona y que hoy emerge más lambiscona, y como es la tradición, invitarlo a que se de una vueltita por esta generosa tierra tan llena de Alpes, con el fin de bendecirla con su poderosa aunque arrugada, tiesa y prusiana mano derecha, e inaugure esta pacifica convivencia nacional en su modalidad más conservadora del planeta y, por otra parte, para ver si es posible les haga el sahumerio definitivo; que los consagre como verdaderos paladines de la democracia y los empuje para acreditarse como los defensores del mundo libre y civilizado, visitando el nido o nicho del zopilote tirano.

Y mientras se esforzaban en la agenda tipo biblia que se viene; que a puros mandamientos divinos según el instructivo que en la oscuridad preparan, que por último para eso les paga la delincuente candidatura, se daban con una piedra en el pecho por el regalito de sus rivales que allí, desde la vereda neoliberal de enfrente, miran como estatuas desencajadas, con la cara larga, rasgando vestiduras, buscando culpables, preguntándose todavía en dónde no pusieron el acento que hizo posible tanta desgracia, echándole la culpa al empedrado, de cómo era posible ya no creyeran en su agenda tan cargadita de asistencia social y que los tenía tan en la cresta de la ola. Preguntas que quedarán hasta ahí nomás, porque resulta que desde hace rato andan buscando nuevos horizontes y seguro que más tarde que temprano roerán otro hueso con más carne, porque, por suerte, un primo hermano, cuñado de un pariente lejano que sólo han visto por fotos, votó por el rival que hoy celebra y así es más fácil encontrar laburo.

El punto es que unas cuantas gotas de lluvia ya se dejaban caer en algunos sectores altos y bajos del gran Santiago, otra manifestación del cambio sin más, goterones que no distinguían clase social alguna, total, el agua, según los más entendidos en esto de privatizar los recursos naturales, no sólo refresca o baña o borra la huella de cualquier cabrón, pueblos originarios inclusive, sino que, y por la nueva mentalidad que se atrincheró en la cabeza de la masa ciudadana, que ya ni siquiera gusta que la llamen pueblo, supone que hace más educadas a las personas de bien, más aristocráticas a las familias poderosas y, por más que sólo sea un sueño pasajero, hasta millonarios terminan siendo aquellos que no hayan la hora de arribar al estado de ánimo de país emergente, como si se tratara de pasajeros de primera clase; que con jabón de mil aromas, toallas adornadas con tiernos oropeles y harta comida rápida, no pierden el tiempo en digerir todo de una buena vez en pos de alcanzar su destino final.

Porque juran que gracias a tanta maquinaria electoral y la algarabía que provoca el sui generis ofrecimiento de un país distinto, por primera vez será posible tocar la riqueza que chorrea a borbotones, de ver, con gafas oscuras para no desentonar, el más allá de la opulencia y, en close up, el éxito. Que ahora sí no será un fiasco el sueño de desperfilarse del roterío y desmarcarse definitivamente de la atorrancia. Pura desdichas que han tenido que soportar y que hace rato les incomodaba llevar a cuestas, que su destino era llorar y llorar, que con suerte podían llegar a ser parte de la famosa y tan llena de estatus clase media y así un cuanto hay de sufrimientos que, habría que estar muy tarados, por ningún motivo están dispuestos a meter en la tremenda maleta de la cuatro por cuatro que hoy se gastan, de color fucsia y que ahí luce bien guarecida y llenita de bolsas del super junto a los souvenirs del candidato favorito y ya electo, y perder la oportunidad única de pertenecer al club de los poderosos.

¡Así me gusta Chile mierda y qué tanto! Se apuraba en vociferar el feliz elector en su veloz carrera sobre el triciclo cartonero, en su ansiedad que muy pronto sus acciones se transarán en la bolsa y en su afán de ganarle al vecino que también se apresta para festejar el triunfo, eso sí, sobre la carreta bien engrasada y pasándole un trapito al escuálido caballo que luce, desde el lomo hasta bien entrado el culo, el apellido del eminente empresario y futuro líder. Y sí, porque en esta tierra cultísima hasta los caballos tienen su opción política, y todo, en pos de alcanzar la famosa plaza Italia, por siglos soporte arquitectónico ideal para echar rienda suelta a esa chilenidad tan incontinente, desagüe oportuno de la algarabía patriótica y pañuelo desechable, presto para limpiar el moco ciudadano por tanto júbilo triunfalista acumulado.

¡Ahora si que sí! ¡Porque aquí sí que está el pueblo! Se escuchaba por los parlantes instalados previamente. - Pero un ratito nomás ¿ya? - Decía la histérica y cursi señora que salió a celebrar con el armadillo al cuello y con su fino perro de bolsillo en la garra derecha. -Porque fíjese que ya va a empezar la telenovela en el canal de todos, y ni loca que me quedo hasta más tarde, ya ve que me pueden asaltar y violar inclusive. Ya presurosa abordaba el bus de los eternos acarreados y que la regresaría con todo y pulgas a su dormitorio por allá en la periferia sur de la ciudad y que esta noche, también, se viste de gala, con fuegos artificiales y guirnaldas en apoyo incondicional al cambio, que ya les ofreció casinos, botillerías, estadios, isapres, personaltrainig, cirugías plásticas a discreción, pasajes de avión a destajo, hartas escuela privadas bilingües y un contingente todavía no muy claro de policías, porque resulta que la administración anterior mandó varios miles y es difícil andar contándolos a todos.

Y era tanta la emoción a esa hora, que las palabras se atragantaban en quienes alardeaban del instante, se filtraban ininteligibles, con faltas ortográficas que se entumían y derretían al contacto de la saliva mezclada con la sensación de triunfo disuelto en aguardiente. El pisco, la sidra y el guisqui hacían estragos, tanto así que los ganadores, ya embelesados, rechinaban las escasas muelas y el eco de su voz, de sus mandíbulas más bien, y que tanto los emociona, se encargaba de sacudirlos en patrióticas contorsiones gracias a regetones, cumbias y cuecas quincheras y que la vieja desdentada coreaba eufórica junto a sus nuevas vecinas ricas desde el interior de su Land Rovers de noventa cuotas. En shock en definitiva, porque no hallaba la hora de salir definitivamente de la pobreza o, por lo menos, darse una vueltecita por el barrio alto y sus malls y así dar el salto a la prosperidad ofrecida en el programa de gobierno. De tener por lo menos, y si dios lo permite claro, porque para eso nunca falla, un séquito de nanas y así demostrarle a su vecina, a la famosa doña juanita, que hoy luce triste porque ni siquiera se acordaron de ella, por último, para putearla por el voto nulo que obsequió a la papeleta, de lo bien que se siente ser de derechas.

Y allí se ve correr a tropezones a un pueblo unido por las circunstancias en busca de su goterón de lluvia que le permita mezclarse con la aristocracia de igual a igual. Así, todos juntitos, podrán echarse una bañadita que los limpie definitivamente del olor a proletario gracias al aguita que el mismito benefactor les tiró del cielo en botellas de plástico. Y si bien el agua es cara y la tienen harto privatizada y porque no están muy acostumbrados a echar todito su cuerpo a la llovizna, no hayan la hora de tener su propia nube, total, para que los moje de una vez por todas de perfumadas fragancias; lluvia con olor a empanadas, aguaceros de vino tinto en caja para que se note y no destiña la chilenidad pre moderna, aluviones de champaña, para que les dé cierto aire de clase dominante o de glamour efervescente, brisas de tecito si es posible, para que se impregnen de toda esa arrogancia que sienten les falta para alcanzar el clímax, y que les permita eructar la flema más civilizada. Y ya para acabar en éxtasis, un poquito de colonia chanel litreada para que su aroma los eleve más allá de la cúspide del cerro Manquehue y no tan lejos ni tan bajo como ha sido siempre, es decir, tan cerquitas del pestilente Zanjón de la Aguada y del hediondo caudal que baja por el Mapocho.

LA HORA DE LA ESCAFANDRA
o a ver si se van quitando la máscara

Y mientras los insultos se hacían más elocuentes, entre insoportables y demasiado ofensivos, que hasta las mentadas y mandadas al carajo se ruborizaban de escucharse tan altisonantes, no faltó el genio y figura, el típico adulador y conciliador con pinta de operador político, tan responsable él de alentar la calma y de poner paños fríos a las disputas, sobre todo, de aquellas por becas, laburos, puestazos, contactos y de un sin fin de oportunos estímulos y espaldarazos, que en un par de minutos amainó, en parte eso sí, el desenfado y urticaria por la derrota sufrida de manos del carcamán empresario y todos sus secuaces.

Ni tardo ni perezoso propuso calmar los ánimos de los simpatizantes que ahí reunidos y que a medio día y a medio morir saltando, copaban la calurosa calle en donde se ubican las oficinas partidarias fabricadas de aglomerado oportunismo, con la sana intención de linchar a sus representantes y que ya lucían como verdaderos malabaristas y patos de feria, con la escafandra adecuada, ante la horda de escupitajos, monedas, huevos, tomates y, desde luego, por la ráfaga de letreros y pancartas del otrora candidato y que, al final, no hubo caso quitarle el perfil de monolito, por más los técnicos maxilares intentaran separarle los dientes para que esbozara una breve sonrisa, pequeña aunque fuera.

Una suerte de terapia grupal de todos modos, para que el desahogo se desahogara según el agobiado experto en peleas chicas y ministro del medio ambiente, quien no cesaba en contorneos y tersianas por culpa de la máscara de luchador que apenas lo dejaba respirar y, también, por el frío que ya invadía su cuerpo afiebrado a punto de desfallecer, ya luego de ser el encargado de concertar a varios ambientalistas cercanos a su ideario político e invitarlos a limpiar el único baño químico instalado para evacuar las necesidades a seis cuadras a la redonda y que colapsó en un santiamén, justo en el instante en que de los parlantes se anunciaba la cagadita que había quedado.

Para intentar tener una perspectiva más saludable, diluía el encargado de la salud, de la asistencia social y del credo y que, pese a la rechifla incontinente, brindaba a discreción ahogando la pena que le invadía ese su extraño espíritu pre revolucionario, al recordar especialmente aquellos días domingos, en que enfundado en el pasamontañas con los colores de su movimiento, sentía era el momento propicio para ayudar a cruzar las calles a las abuelitas que justo a medio día salían de misa. Y se da con una piedra en el pecho y se latiguea cada diez minutos; porque ha sabido macerar y reconocer, algo así como conciliarse consigo mismo y con el sistema, al que combatió toda una vida y al que sirve sin vergüenza desde su condición de burócrata al servicio de los deseos más oscuros del capital y, desde luego, de alegrarse de su fortuna; por el tremendo caudal que tiene que cuidar y que atesora en el banco del cual es inversionista. Pronto desea preinventir en algún negocito que revolucione el mercado y brinde mejores utilidades.

Para alcanzar una cuota de sensatez, reflexionaba el jefe del cuoteo político que ya ni duerme pensando en la fantasiosa posibilidad de algún día encaramarse al legislativo, en calidad de diputado o senador de la república si dios quiere, que todo depende del carisma que alcance a nivel regional, que sin embargo ve remota esa posibilidad toda vez que, para la últimas primarias y elecciones internas de su conglomerado, falsificó cientos de votos, según él, eso le traería mayor credibilidad en las bases y todo el poder a la hora de ungirse como presidente, secretario general, tesorero encargado de las cuotas militantes y, desde luego, de las remesas de varias ONG´s extranjeras de corte ultra progresista, contrarias al aborto, al divorcio, a la unión de parejas homosexuales y así unas cuantas joyitas super progresistas.

Para enriquecer el diálogo, apuntaba el financista y ministro de bienes de la democrática alianza perdedora, que se consumió todo el erario público en pos de alzarse con la victoria y que no haya donde meterse después que lo descubrieran imprimiendo toneladas de falsos billetes con la intensión de tapar el hoyo, y porque lo buscan por cielo, mar y tierra, aunque reclame que no es justo que lo castigue la justicia de ese modo, si, total, para todos alcanza y ninguno de los comandos profirió queja alguna, como que se hacían los huecos, cuando los camiones con billetes lograban pagar en parte la tremenda campaña publicitaria en que incurrieron.

Oportunidad única para convocarlos a reflexionar serenamente y de forma pacífica, insistía el personero más visible a esa hora pese a las anteojeras que lo hacían un anónimo, y que lucía en la solapa de su frac de corte italiano, algunos tallarines y huevos revueltos con tomate y un pañuelo bien grandote que ocultaba tres cuartos de su cara de fracaso. Ni tardos ni perezosos, tan obvios y entusiastas, cada quien agarró sus pilchas y en un abrir y cerrar de ojos ya asomaban su carita amurrada por las playas de La Serena y otras anexas ubicadas en la tranquilidad del mar Pacífico, y que los recibía con los relámpagos y centellas tan propios y típicos de la zona para dar la bienvenida por igual a ricos y famosos, a vencedores y vencidos, a familias de bien, nunca tan malas. Sin más, epicentro indiscutido de la alta política, del elevado análisis y espacio ideal para preparar, con entusiasmo, el futuro gabinete opositor y, si se puede y hay tiempo para el cabildeo, darle rostro al tapado y designarlo, como dios manda, candidato de consenso para las próximas elecciones.

Y, gentileza obliga, fue el propio empresario aéreo televisivo deportivo quien, de un puro telefonazo y a la cuenta de tres, puso a disposición toda su flotilla de todo terrenos y una serie de vuelos exprés, a modo de salvarles el pellejo, de evitar que terminaran empalados (no se anexan imágenes porque podrían ser muy perturbadoras) o en la hoguera o sin cabeza gracias a los verdugos que ya alistaban los machetes. De confortarlos para que llegaran más temprano que tarde, por lo menos a la hora de la centolla, a sus respectivas cabañas del litoral central. Un gesto patriótico sin duda, porque, además, la lluvia de puteadas y porquerías a los prohombres cada vez se hacían más insistentes, por más ocultaran su rostro, extrañamente desencajado, con la mueca pírrica que, sienten, al paso de los años les ha dado muchos dividendos.

Un alivio en todo caso, decía toda coqueta la encargada de la mujer y de la educación, que se jugó por entero al género y por alfabetizar a los chiquillos rebeldes y que espera ansiosa la oportunidad de llevarle un ramito de claveles a la esposa del ungido y un par de vestidos confeccionados, allá en los talleres de costura, justamente con el género sobrante de las banderitas impresas con el desteñido arcoíris. De paso y como se trata de una señorita bien criada, ni loca desaprovechar el parentesco y poder invitar a la futura primera dama para que, juntas, puedan ir a vestir a la desvergonzada muñeca gigante, esa que se pasea en pelotas por las anchas alamedas, aunque se cagen de calor, el par de viejas de mierda.

LA HORA DEL GABINETE
o estense quietecitos, miren que para todos alcanza

Cuatro fueron los convocados de forma urgente, ese día domingo para después de misa, en la portentosa parroquia propiedad del acaudalado y sedicioso empresario y que, por todos los medios, incluso los bodrios impresos que detenta, pretende hacer de puente comunicacional, para coludir sin más, al todopoderoso con sus enviados en la tierra, para que así, juntitos y de la mano, puedan mandarse su cadena de oración y ruegos para que la divina providencia los oriente y no se les vaya a ocurrir mandarse el cagazo de desviarse del camino, ese del buen sendero, y errar en este asunto de los designios.

Un gobierno de unidad, según el preclaro anfitrión y que, modestia aparte, pretende pasar desapercibido en la contingente disputa política. Si basta y sobra que reconozcan en él a un verdadero patriarca, de allí la idea de ofrecer su rinconcito más preciado, tan divino, nada que envidiarle al vaticano y a su capillita sixtina, de hecho, cuenta con un equipo de artistas archireconocidos, un teórico inclusive, que siempre dan en el clavo cuando se trata de colgar los incontables retablos religiosos y marinas, esperan con ansias los comisionen en algún área estratégica de la cultura -¡Ojalá!- se dicen, y es que ya están hasta la coronilla de la cesantía teórica y de la inspiración divina que causa el buen pincelazo.

El punto es que hace rato el papa local se siente en la sombra, como tubérculo enterrado, que su aporte a la alta política, a la alta cocinería del cabildeo, no bastan para ser considerado en algún futuro gabinete o cargo de confianza aunque sea. En alguna repartición en donde se solucionen los conflictos de interés, de separar los negocios de la política -pensaba- hasta que se dio cuenta que tiene muchos intereses en juego y lo más probable es que se le caiga encima todo el tejado de vidrio. De vocero oficial sería lo más lógico, como página editorial precisa para pautear a moros y cristianos, para orientar el camino del rebaño, para urdir por último, su más maquiavélico deseo; tener a todita la población vestida de marinero, aterrorizada, en toque de queda permanente, para que nadie se salve de leer su pasquín dominical desde la portada hasta la última página.

En un santiamén el santificado cuarteto se dejó caer, cual cóndor tras su presa, en este nido previamente alhajado con gladiolos, madreselvas y ramitos variopintos. Tienen claro que su misión es superior y, sino imposible, tremendamente delicada. No hay que perder tiempo cuando se trata de la nación –repiten- como si fuese un rezo. Porque por dios que la patria, los valores esenciales, la moral inmaculada, las buenas y castas costumbres, la virgen, los huemules, la repartija, son tarea prioritaria para dar forma, para moldear mejor dicho, con harto barro si se puede, imitando la creación, a los corderos llamados a ser y pues, qué mejor si es en este pastizal, en este paraíso terrenal, en este verdadero villorrio del recato tan lleno de afrecho ideológico, en donde, en definitiva, se enguaten y satisfagan todas las ganas de gobernar que se andan trayendo.

La junta esperada sin más. ¡Qué tanto! si añoran ese tiempo de juntas; entre cuatro paredes, pasados a naftalina, para que el designio sea más hermético y autoritario; con una docena de reprimidos cirios, crucifijos autografiados por la autoridad eclesiástica, fotos blindadas del gurú, al que no hay forma de zafarle las gafas oscuras, música de wagner para no desentonar y para impregnar de tortura el ambiente de virilidad, varias cajitas con balas de alto calibre para espantar las debilidades, tres biblias en esperanto, tamaño mercurio, para que no se note pobreza religiosa y sea más promisorio leer al pié de la letra, la constitución abierta en esa parte en donde dice que más vale pájaro en mano que cientos sin coger, detalle especial; el informe de la comisión de derechos humanos; por si acaso los ungidos tienen dedicatoria personal o alguna plana entera con su endemoniado curriculum.

Altura de miras pues y que juran allí se alcanza, porque siempre habrá un haz de luz y de esperanza que los ilumine como si se tratase de mira láser, para que los impacte de lleno en el alma, de paso, no faltará la escoba nueva; que barra con todo y que sirva de tranca por si alguien se excede y sea necesario subyugarlo o dejarlo fuera del equipo, del team... que ya tienen sueño porque no alcanzaron a dormir la siesta.... a ver si se van apurando con el listado, miren que ya se viene otra misa y tienen el deber bien sagrado y ni locos perdérsela.

Tres hombres y una mujer, dispuestos al sacrificio, al swinger del cambio, a pujar hasta las tripas porque todo resulte. Los varoncitos, cortados con la misma tijera, de la misma mata, del mismo capullo de clase. Extraños siameses, abortos en término pero queridos, dispuestos a todo, incluso para ser los mejores pitonizos. La dama, que aunque escriva balager con faltas ortográficas y sea igualita a fátima, que no hace milagros pero es pechoñamente empeñosa, es la más rica en la practica diaria y a la hora de la entrega, del diezmo particularmente. Además, siempre fue cercana al legado del numerario, de hecho, desde chiquita lavaba como loca la única y dura prenda del curita. Desde que cumplió la mayoría de edad, se ha dedicado a otras misiones más carnales; esa de misionera le sentaba bien –se recoge pensando- porque era requetebonita la idea de ayudar al más próximo. Es por eso, y por más, que hoy está aquí presente, es capaz de sacarse la comida de la boca y ponerse hasta de rodillas en pos de la demanda patria.

Y por más insisten en que no habrá tregua con la delincuencia, todo mundo se siente interpretado y apto para la convocatoria ministerial; es así que una turba de incontinentes generales, coroneles, civiles no identificados y una columna más extensa que suelo patrio de payasos educados, se arremolina tras la cerca que separa lo divino de lo malvado. Allí vocean su nombre, sus criollos apellidos, sus aristocráticas cualidades, entonando cánticos, izando esperanzas, con un coro de anhelos más parecido a quejumbrosa letanía independentista que a otra cosa, con el pensamiento puesto en la reconstrucción nacional, siempre poniéndole el hombro y la mano derecha, tan rígidos ambos, y que a veces se levantan solitos en memoria del desaparecido conductor supremo.

Mientras todos esperan salga humo blanco, y si es negro que nada importe, ha sido difícil encontrar en el cuarteto censor de cargos cierta cordura, pese a la auto proclama de sentirse bien centrados, de centro centro según su pretencioso anhelo, si hasta la cabalidad desapareció mientras repasaban la lista. Ni tardos ni perezosos optarán por la solución definitiva, de primer mundo según ellos, de país desarrollado sin más; será la pequeña marmota, que se pasea por los pasillos inmaculados de la capilla entre nerviosa y como ánima en pena, pobrecita, la encargada de dar los nombres definitivos de las lumbreras para el nuevo gabinete.

Eso si, estarán atentos, observarán con sigilo y cautela sus movimientos; es que si el animal sale de aquella guarida nauseabunda, de esa cloaca reaccionaria, y en la superficie terrena proyecta una sombra y vomita más de dos veces, será una mala señal, en definitiva, el pronóstico menos esperado; varios años de crudo invierno, de marciales lluvias, de truenos y cantos prusianos por doquier.

LA HORA DEL POLVO
o no se asusten chiquillos, si todo queda en familia

Puntuales llegaban los importantes invitados que, luciendo la fina y elegante etiqueta, herencia antepasada, entre ansiosos e intrigados, hacían la educada reverencia y entrega de credenciales a su ingreso al vejuzco edificio enclavado en el primer cuadro de la ciudad. Sitio de interés, además, porque es allí en donde se mandan a guardar las mejores tradiciones, sobretodo, para guarecer como corresponde el linaje y el abolengo de la patria y, nobleza obliga, atesorar el caudal de alcurnia de los hijos predilectos de la bicentenaria nación.

Sin más, casa de acogida del gen de las castas rimbombantes o, dicho de un modo más promiscuo si se quiere, vertedero del incestuoso germen por alcanzar la licuada identidad en una de las razas jamas vista en país alguno, según consta en el aviso que da la bienvenida, escrito al parecer de puño y letra del huérfano padre de la patria en algún momento de egolatría y narcisismo, de la borrachera de padre y señor mío y que, seguramente, se traía luego de aniquilar a cientos de revoltosos indios, que todavía insisten en la devolución de sus tierras y, por si acaso alcanza, que a lo menos los consideren humanos.

Colonial edificio seleccionado estratégicamente para la ocasión; porque vendría siendo algo así como la cuna misma de la progenie de la bendecida patria, el catre en donde se parió la idea de preservar en alto el nombre y el apellido de las mejores familias de la nación ésta, casi igualita a macondo; forjada en cien años de historia y otros tanto de aislamiento y que hoy se siente orgullosa de ver en los ilustrísimos, tiernos, selectos y granados tataratataranietos allí presentes, las mejores pilchas y trapos de filigrana que avalan la tradición y que permitirán se lleve a cabo el pomposo ceremonial inventado por el acartonado ungido y, de ese modo, mostrarle al mundo lo soberbio y altivos que son en este peladero austral y republicano a la hora de seleccionar a sus mejores hijos de puta.
Porque hoy o nunca era el lema y por ningún motivo perderse el tétrico y fastuoso espectáculo en donde sería posible por única vez, en vivo y en directo, apreciar al montón de momias cautamente seleccionadas; porque habían varias que costó trabajo amortajarlas, prepararlas y zurcirlas, que algunas se negaban a comparecer ante las cámaras por miedo a ser reconocidas, otras tantas simplemente porque el vendaje no las dejaba respirar a sus anchas. De ahora en adelante y para suerte de la historia y de la patria, según el grupo de arqueólogos especialistas que las embaucaron en este proyecto, pasarán a ser parte de la colección permanente y patrimonio de todos los habitantes con cepa y con clase, un bien inconmensurable por el que cada pueblo debiera sentirse más que orgulloso. Serán exhibidas hasta que se hagan pedazos en la galería más visitada del recinto y que ya cuenta con un sistema de refrigeración adecuado, más un ventilador nuclear colgado en el muro principal y que arroja delicados chorritos de formol, color sanguíneo, cada cinco minutos, con la esperanza que no se ablande la estirpe y la sabiduría en ninguna de ellas, para que no se ponga apestoso el anfiteatro y, desde luego, para que la patria pueda respirar más tranquila su prosapia.

Y a propósito, a medida que eran voceadas a grito pelado por esa especie de vendedora de papas y que hacía de maestra de ceremonia, con la intensión de presentarlas como frutos tiernos recién extraídos de la madre tierra, no hubo caso evitar la polvareda desatada en aquel reducido salón de honor cada vez que alguna de las amortajadas figuras avanzaba con su semblante y talle, como si se tratara de tubérculos recién desenterrados, moviendo apenas su mano rígida a modo de saludo al respetable para, finalmente, ubicarse sobre el plinto definitivo. El hongo de tierra que se levantaba hacía estragos en el par de rancias viejas, más parecidas a objetos arqueológicos, que apenas tosían, porque no fuera a ser que se desarmaran y dejaran caer hasta el enredado apellido, peor que trabalenguas, justo ahí en el sitio menos indicado.

Y todos los nombres sonaban requetebonitos, porque ya son historia de calles, avenidas y alamedas. Y los próceres de la patria, esos viejos que comparecen colgados en antiguos retratos enmarcados por el barroco dorado del lujo y por el aura del todopoderoso, se inflamaban al ir escuchando su legado, su impronta, su esquina, su rotonda, su circunvalación, su presta nombre en hospitales y escuelas públicas, su título emperifollado en sándwich al paso, su etílica etiqueta en botellas de vino, y no importa que luzcan como mudos testigos del honor, como meros observadores de la tradición y de la familia, saben muy bien que su reojo al óleo y en perspectiva, es el suave cariño en el lomo de clase, un tremendo espaldarazo a tan aristocrática tradición republicana.

Hasta las murallas y techos del antiguo y vetusto cabildo rechinaban de puritita emoción al contemplar tan portentoso árbol genealógico, de ver a tanto pariente ahí apretujado frotándose la ascendencia, esperando la descendencia. Y fue tanto el entusiasmo que nadie dio cuenta de la nube de partículas que caían como brizna y que no hacían más que colapsar el escaso aire realista ahí reunido, en un abrir y cerrar de ojos, el polvo de la patria, tan longevo él, se apoderó del hemiciclo y del majestuoso instante de nobles ideales patrios, provocando un insospechado estruendo y una verdadera estampida de sofocados y angustiados prohombres, dando paso a una verdadera batalla campal por llegar a la única puerta de ingreso, curiosamente, atascada por fuera con una especie de picaportes confeccionado con un letrero que señaliza calles, por la horda de envidiosos que juran sobre la biblia y sobre el fino libro de familias fundadoras que, su apellido, se merece mejor trato, un poco de respeto y, si se puede, algún ministerio.

Toda una ceremonia alternativa que se desarrollaba fuera del hemiciclo, en donde, con entusiasmo, ponían la rigurosa etiqueta escrita en latín, otorgada por el ministerio del medio ambiente, con la inscripción: Dulce et decorum est pro patria mori, que clausuraba, definitivamente, este centro de la tradición mejor guardada, sin importar mucho el nombre, el apellido, la herencia, los antepasados, y la clase de personas que se quedaron, como petrificados allí adentro, luego del un-dos-tres-momia-es obsequiado, desde la calle con nombre de cabrón antepasado, por la turba de inconformes.

LA HORA DE LA COPA
o agárrenla con fuerza, antes que se las manden a guardar

Nada mejor que la felicidad que invadía el amplio recinto en donde era posible apreciar la majestuosa copa dorada, emblema de máxima gesta deportiva y supositorio ideal para el goce fanático de millones de hinchas que esperan algún día tenerla tan cerquita como hoy ocurre, que de sólo imaginársela en sus manos, más de una contracción en su fuero interno provoque y más de algún calorcito recorra su deportivo y viril entrepiernas, irradiándose hasta las patas mismas, con tal de la posibilidad de soñar el gol que, en definitiva, la deje por un buen tiempo en el hueco disponible, en la pelada vitrina de triunfos internacionales y, de una vez y por todas, acabar con la eterna sensación de amargura y pobreza en sus habitantes.

Confeccionada de oro extraído a puro sudor y muerte de alguna mina sudafricana, con diamantes extirpados desde la miserable Tanzania y uno que otro rubí de fina terminación ultrajado en módicas sumas desde el lejano y pobre reino de Birmania, se exhibe sobre la fina mesita dispuesta por los productores de cobre, para no desentonar y no ser menos en esta hora de dicha, gracias a la gestión y colaboración del sindicato que, con altura de miras, cedió en la demanda empresarial con la intensión de abuenarse con la población, ya luego de exigir un bono especial por la producción del metal rojo, porque sueñan clausurar la mina a tajo abierto por un mes e ir a sentar su oportunista humanidad, primero en el bus del seleccionado y, luego, en el estadio en donde será posible ver a sus ídolos triunfar.

Campo de juego de lujo patrocinado por quienes saben que entre más aficionados y pelotas existan, mayor es la utilidad a la hora contable. Es así que la prestigiosa adidas, en un acto insospechado de generosidad y transparencia, puso a disposición de los organizadores un container lleno de asiáticos menores de edad vestidos con el uniforme de la empresa y que por el tono pálido y las ojeras que se gastan, dejan en claro que son los encargados de confeccionar el fino balón de algodón y cueros sintéticos que dará la alegría y espasmos casi orgásmicos a la fiel hinchada, que no cabe en sí de gozo por la posibilidad jamás imaginada de tocar la variedad de pelotas y fetiches hechos a mano y, también, de llenar el álbum de estampitas que hoy se reparte de forma gratuita.

Y la fila de fanáticos no dejaba de crecer, que fue necesario y aprovechando la tecnología de punta que la federación mundial tiene para los casos más extremos de fanatismo nativo, fabricar de emergencia un par de estadios al costado del recinto que acoge tan magno evento, servirán de sala de espera mientras las hordas eufóricas van desalojando el sitio, no sin antes la respectiva foto que consigne la idílica experiencia de sentirse campeones del mundo por un mágico instante. De todos modos, a última hora, fue necesario confeccionar un riel mecano con butacas sobre el extenso y pestilente río que cruza la ciudad a modo de desaguar la diarrea por el éxtasis visual alcanzado por los fervorosos hinchas y porque el consumo inhumano de bebida cola hacía estragos en el estómago todavía tercermundista, tan poco acostumbrado a la globalización.

Y si bien la espera por palpar el duro pedazo de aleaciones se hacía eterna, el entusiasmo y ansiedad de los afortunados allí presentes no cejaba en su empeño por la sensación triunfalista a priori, es así que los cantos alusivos, los verdaderos coros guerreros, inundaban el campo de Marte dispuesto y acondicionado, capaz de soportar el mundanal ruido por lo menos hasta el puntapié inicial de la justa en unos meses más. Oportunidad única, además, para que las solemnes y creativas barras desplegaran su artillería de demandas con las accidentadas lecturas que acostumbran sobre los lienzos que lucen estáticos, como mudos testigos del analfabetismo incubado en horas de pasión futbolera.

Todo bien, hasta que de un sector no controlado por la referil fuerza del orden y que en ese instante jugaba su cascarita acostumbrada, un grupo de etílicos exaltados, inconformes por el trato que los organizadores dieron a la selección de sus amores, además, porque ya habían cerrado las botillerías del sector y porque la pantalla gigante dejó de transmitir en forma gratuita, no dejaban de arrojar botellas vacías, insultos y maldiciones, rompiendo en definitiva el fair play, porque no es justo -se dicen- que tan sólo exhiban los pestilentes calcetines, los hediondos calzoncillos, los cuchillos y navajas que suelen portar durante cada partido y taberna que visitan, de dejar en evidencia su manías por el horóscopo y el tarot y su necesidad de aparecer por la prensa cada vez que eructan la pichanga de pollo y papas fritas, que hacer pública su afición por el aguardiente y por el vino en caja que toman en copas de plástico, de hacer obvio su mal gusto a la hora de elegir la hummer de última generación, el tanque más bien, que pasea su degenerada condición de superestar.

Ni tardos los organizadores, pasando a la ofensiva, metieron su fetiche, su objeto de placer y consuelo humano, en esa cajita que la preservará por los siglos que vienen, porque no es posible, según el comunicado oficial de la asociación a la prensa, que no se respete este especie de faro que alumbra la humanidad, esta panacea ritual, este fálico cometido y consolador de multitudes generosamente expuesto y vengan unos desalmados y saqueros a cagarles la fiestoca deportiva. En un instante desarmaron el par de monumentales estadios con todo y butacas, llevándose a las bellas edecanes suizas, que no pararon de gozar en esta breve estadía con tanto piropo y cantos alusivos a su símil con las pelotas de baby fútbol, esos balones que paraban de pechito cada vez que alguien tocaba la copa, dando por concluida la visita relámpago a esta po-s-trera tierra campeona de los triunfos morales.

LA HORA DE LAS SENSACIONES
o espejito, cómo te anhelo

Completamente hasta el tope luce el balneario favorito y que se ofrece, generoso, a los miles de paseantes que lo ambicionan, que revientan de ganas por apropiárselo y que, gracias al receso climático, al paso a un costado del crudo invierno que año tras año nos recuerda la insoportable ubicación geográfica y la sensación térmica bajo cero en sus escarchados habitantes, no hayan la hora de empelotarse del abrigo, la bufanda y los calzoncillos largos, e ir a parar su delicada estampa al roquerío que los espera impaciente, con tal de que su paliducho ser se aireé y se muestre al mundo con todas sus bondades del ejercicio a última hora, del implante urgente de alguna cosita y, lo más importante, la puesta en escena de una serie de artilugios, a modo de no desentonar y pasar desapercibido, en este mercado aspiracional que por todos los medios pautea con su arsenal de oportunos tip playeros.

Y así lo consigna el arrebato y el desborde hacia la única playa exclusiva que va quedando, breve porción de tierra importada desde el norte, las otras fueron cerradas porque nadie les da bola; es que los castillos de arena solían ser ordinarios, las algas eran desagradables, siempre andaban como arribando y se pegaban cual lapa a las tersas y depiladas patas bañistas y porque, la decadencia misma, no faltaba el empeñoso que se masturbaba a vista y paciencia, justo cuando las gaviotas se posaban sobre los culos recién bronceados.

Y todos con el pelo al viento. De prisa, casuales y sudorosos; porque sí que cuesta embellecer el cabello y dar en el clavo cuando no hay caso bajarle el moño espinoso a ese tortuoso territorio minado para peines y ungüentos de última generación, porque, además, cómo cuesta darle ese tono nórdico lapón a las mechas cuando las fabricas de tinte se rindieron hace rato de los pocos encantos escasamente europeos del rebaño connacional, que reclama su blondo derecho a convertirse, por lo menos de aquí hasta que el día se acabe, en rubia cenicienta, güero escandinavo o calvo reimplantado y así no desteñir.

Perfiles idóneos incubados en largas jornadas de sombras y rouge y lociones y cremas y lavandas y recetas caseras. Con depilaciones irritantes pero efectivas, porque las lijas, navajas y ceras se encargan de borrar hasta el adn del rostro y de todas las presas afectas a la terapia frente al espejo, intermediario a la hora de aprobar o rechazar los encantos y desaciertos en el lastimado veraneante quien, y antes de desembarcar con su compungida humanidad al litoral con todo y espejo, anhela acercarse al registro civil y exigir a viva voz le cambien de una vez y por todas la foto de la cédula de identidad y remendar el arbusto genealógico que se gasta y, ahí mismo, frente a la autoridad respectiva, lo bauticen con nombres y apellidos distintos, porque esa vendría siendo la única forma de perder el negro historial de su maltratada y esforzada epidermis doriangrei tercermundista.

Y ni modo que la pilcha más adecuada no sea factor de riesgo o no sirva para alcanzar la alta costura veraniega que se estila; porque la idea es que la prenda seleccionada no sólo convine con las cómodas butacas del bólido de última generación o que sea muda testigo del arribo al prestigioso malecón en donde la pasarela social decidirá su ridículo, sino que todo el arsenal de culebras y zorrillos sintéticos y bien planchados, ojalá se mimeticen con las cortinas y el colchón del apart hotel y, si alcanza, no desentonen mucho con la cortina del baño, porque, eso, si que vendría siendo algo así como estar en sintonía con el caro modisto o, en su defecto, marcar la tendencia y dejar en claro que, si se leen de atrás para adelante un par de revistas de consejos útiles de la moda, es posible maravillar a la especie humana.

Porque el ascendente status playero necesita, además, del recurso aerodinámico en el camuflaje visual; y son las gafas, que todavía portan la etiqueta con el precio, lo más cercano al placer de mirar sin ver y cortar el aire y el aliento en aquellos que se sienten observados, es la estrategia de no dar jamás la cara, porque entre más oscuros los bifocales más intenso el anonimato panóptico y voyerista que se alcanza; porque el reojo envidioso no ceja en su empeño de vigilar y atrapar las presa, porque no trepida en la obviedad intensa y no repara en penetrar por todas las concavidades expuestas, son la razón de existir cuando la existencia es sólo un mero repaso visual del otro. Además, en la sombra y en las tinieblas de las anteojeras, el mundo se ve distinto y menos grave, menos complejo, menos comprometedor, menos denso, menos colorinche.

Que el momento sea parte del paisaje y que en un par de segundos permita la sensación más excitante de contemplar y sentir la modernidad al servicio del paseante, porque el pequeño celular ordena y traduce las emociones televisivas y los chismes que se multiplican en el portal de noticias del diario electrónico, porque el control de las empresas y las propiedades caben justo ahí en la tecla de la mini calculadora anexa, porque la transacción automática de los bienes y las rentas se almacenan en la carpeta antes de la puesta del sol, porque la música del cantante favorito deja su anonimato público y se convierte en formato colectivo de escarnio auditivo, gentileza del gusto punchipunchi del propietario del objeto de placeres tan al alcance de la mano y que no haya la hora que lo localicen por el ge-pe-ese y le pidan un autógrafo.

Ni hablar del celoso y envidioso combate de tangas, zungas y toallas allí justo en el borde costero; prendas diseñadas en serie por el retails o por la mano experta del amanerado mercado fetiche y traídas como exclusividad en ese último viaje a la meca de la moda. Allí la pelea es desigual; porque depende si el sastre es un artista o un diseñador, si es republicano o demócrata o ecologista, que si es conocido personalmente o sólo en las revistas. Los codazos y puntapiés van permitiendo no sólo ganar el terreno necesario para lucir el adminí-culo más bello, sino, y principalmente, porque ahí es posible distinguir si la tela se encoge dejando todas las hilachas y los juicios a la vista o, muy por el contrario, si se estira, es porque de verdad la anatomía criolla no es tan parecida a la sajona y el costurero se equivocó de continente.

Quitasoles que no sólo permiten capear el horrendo clima y la soberbia de quien se posa bajo su sombra, porque entre más tías y abuelas disfrazadas de asesoras del hogar moviendo hojas de plátano y así refrescar esta cabeza de playa, la sensación térmica familiar y de la holganza logran su peak, casi como si se tratara de desembarco anfibio, porque la brisa que cruza el ambiente permite ir estirando las toallas y frazadas más allá de las dunas, que las parrillas, sillas y mesas alcancen varias brazas marinas, abarcando todo el litoral, corriendo la cercha hasta donde más se pueda, hasta el extremo de dar con el güater químico que allá a lo lejos transpira ante la náusea acumulada de los emotivos personajes, que a cada rato no dejan de visitarlo, por la dieta estricta de centollas que no para durante el día y la noche.

Así nomás con el tortuoso territorio y recorrido del pretencioso paseante nacional que no haya la hora, y la ola, que lo deslicen a la cresta misma de las sensaciones y de los anhelos. Y en la eventualidad de no alcanzar tanta dicha en aquel nivel del mar tan excelso y tan igualito a ellos, no quede de otra que echar mano de la tarjeta dorada y traerse algún exótico paraje con todo y palmeras a la casa; porque ya están hartos de salir al caribe a lucir sus emociones y sean los tornados y huracanes los que siempre arruinan y cagan el empeño raftari en sus trenzas, echando a perder su airoso paso terreno de ganso y que sólo aquí se aprende y dona, gracias a la maravilla del origen de la raza y de los antepasados que nos dieron patria con vista al mar.

LA HORA DEL ARREBATO
o déjenme, que estoy llorando

Justo cuando el artista asomaba su frágil humanidad, que luce postrada en silla de ruedas por esa pasión de mandarse piruetas sobre el escenario, la histeria se apoderaba de los miles de fanáticos ahí reunidos y que hacían el alarde necesario para rendirle el culto que se merece y, de paso, no morir ahogados en esa marea humana dispuesta a todo. El clásico fanatismo en pos de hacer realidad el deseo más acariciado; escuchar el par de cancioncitas que acostumbra y que tanta fama le han traído, porque es imposible abstraerse a las coplas que la memoria regala y porque esa pegajosa musiquilla que sale de su tufo ya quedó pegada, grabada y corcheteada en la única y mareada neurona capaz de soportarlo.

Un calvario, una odisea, una batahola en pos de arañarlo, de besarlo, de toquetearlo y estrujarlo por donde sea, con tal de demostrarle toda la adoración que se ha ganado al paso de los años. Sobre todo, a ver si es posible que, con tanto apretón y ahogo corporal, les obsequie ya, esa especie de tonada de zorzal que hace delirar y pone los pelos de punta y en trance hasta al más sordo. Y es de los famosos que no se hace ningún problema en que le busquen sus puntos más sensibles, porque siente que con eso es posible afinar y redimir el porfiado e insoportable re menor que suele escupir y que no hay caso, por más clases de canto, le fluya acorde por el gaznate.

Un masaje al alma, se dice, al espíritu, al pellejo duro que ha sabido macerar en largas trasnochadas, en interminables espectáculos. Ese vendría siendo el tipo de afecto que necesita en este tan crucial y mágico momento que se aproxima, de lo idílico que resulta escuchar su vozarrón abnegado; porque resulta que la emoción de pararse frente a tanto seguidor y entonarles sus mordaces y enamoradizas letras, de verdad que lo emocionan hasta el llanto, de ahí que siempre termina afónico, con la tos típica de los artistas de renombre, con un nudo ciego en la garganta que ni la ciencia, ni las certezas, logran descifrar cabalmente.

Gajes del oficio de este paquete y número estelar para la noche, que hasta la luna toma palco y para la oreja, expectante. Favorito por décadas de la multitud que le aguanta todo en pos de su jilguero trinar. Al final, un verdadero cacho, pero necesario; es que siempre que da inicio a su show, le vienen toditos los achaques, la emoción según los organizadores, el nervio que lo persigue desde la infancia según sus más cercanos, porque cuando no le cuajan las canciones, el estilo se le contrae y la diarrea lo colapsa, algo así como un coro que no cesa y que no hace más que debilitarle el gesto histriónico. De ahí para adelante ha masticado reveses; no hay cómo detenerle las alteraciones físicas que ha incubado, sobretodo, esa sonajera de los escasos dientes que le van quedando, porque los otros se aflojaron y cedieron en la última presentación, cuando el sol mayor apenas se sostenía en su fruncida boca. Ni hablar, toda una chimuela desgracia.

Y siempre ha declarado, por escrito eso sí, porque a falta de dientes buenas son las placas metafóricas y poéticas, que aquí vendría siendo como su segunda casa; tanta confianza lo colma, es el único sitio en donde come y aloja gratis, y es la casa de los presidentes su mansión, y es el mandatario quien durante los tres meses del espectáculo lo pasea e invita a reuniones de gabinete, y es la primera dama la que susurra en su oído las calentonas melodías que escribe. Un sueño que por ningún motivo dejará de arrullar, menos cuando acá mero soportan sus finos aires de divo y le pagan al contado y los contratos son vitalicios; cláusula que dejó establecida ante la importancia e interés público que provoca en aquellos que, a propósito y con justa razón, ya cortan las hinchas y no dejan de vitorearlo desde la galería, desde el palco, desde la punta del cerro, mientras desliza el recuerdo y el dos ruedas por el lindo escenario que ya luce la iluminación perfecta y la orquesta se concentra, un decir en todo caso, por tocar de memoria la mecánica y lisiada partitura de su único éxito y primera melodía para esta noche de festival.

Y no hay festival que se niegue a sus servicios, demasiado profesionales según el amanerado mánager que no haya la hora termine la presentación, que ya luego le paguen los cinco minutos de fama y llevárselo al servicio de urgencias más cercano a constatar lesiones que su orto acostumbra y atesora. Pobre. Es que su trayectoria y fama le dicen que está frente a un público exigente, cultísimo, que sabe apreciar al igual que antaño y desde la primera estrofa, la profundidad de su poesía y el hueco que provoca en el alma; un hoyo que quedará marcado como secuela apasionada en la memoria colectiva. Y por ningún motivo dejará de rendirle tributo a su afamado acto en donde es capaz de levantarse más arriba del micrófono y abrir las piernas sin importar quedar incrustado sobre el pedestal que ansioso lo espera y así aullar el final de tan dramática letra enamoradiza, para que los aplausos invadan el recinto y el bis se acreciente y su fervoroso público lo aclame y su dolor se humedezca y llore su fama. Modesto aporte al espectáculo y a las desdichas y sinsabores que acumula, por más hoy sean tan sólo ruedas las que transportan su inmortalidad creativa, su compromiso con el talento, con la inspiración de tanto vuelo funesto aunque excitante que cada presentación le dona.

Y lo atropellan los recuerdos; debut y despedida pensó esa vez hace tantos años; cuando entre angustiado y sudoroso se trepó al escenario ante los gritos eufóricos y la incontinente demanda del pueblo, echarse a volar fue su primera reacción hasta que hubo que aclararle que, pese a los gallitos y las desagradables desafinadas, a pesar de su estética de pájaro de mal agüero, se había transformado en número fijo de ahora en adelante, gaviotas y huemules de premio. Todo un presagio a la fama mundial, que lo llevó por varios continentes entonando la misma canción con la que hoy pretende impactar al respetable que, dicho sea de paso, no haya la hora comience a entonar ese verdadero himno del amor humano.

Remembranzas que brotan en sencillas lágrimas, como sus cebollentas canciones, que se fraguan en su todavía maquillado y juvenil rostro, que insisten no es el suyo, que se parece nomás y aunque digan lo que digan, él sigue siendo aquel, es que son tantas las cirugías que hasta su madre lo rechaza a veces. Evocaciones de un pasado de gloria y que, ahora, convertido en jurado vitalicio, gracias a la ayuda de las autoridades que salvaguardan la identidad cultural en este mausoleo que hace del dolor acústico su rito sonoro, lo harán más proclive a la sensibilidad y, en una de esas, la canción se transforme en todo un acontecimiento que una a la humanidad, por lo menos mientras suenan los instrumentos y se acalle el instante de su metálica voz.

Ya con la carraspera bien afinada y a flor de piel, con las luces que apagan el mundo, que apartan el cielo y lo dejan de paisaje idílico, de retrato impresionista, de naturaleza muerta con cara de bodegón, de marina por el óleo que exuda de emoción y por la cercanía al contaminado mar, culminan sus recuerdos y se apronta a entonar, después del eterno redoble de tambores que le tenían preparado, la primera sílaba de la mágica melodía jamás antes interpretada con tanta pasión y sentimientos encontrados.

Y los aplausos no cesan y el cosquilleo en su fuero interno lo desborda, porque entre que la emoción le aprieta el pecho y las vísceras se le anudan, esa nausea incontinente que disimula con breves y afinados eructos lo ataca sin tregua, porque estar sobre el tablado lo redime y libera su inagotable energía de vieja estrella de la nueva ola. Y al igual que todo afamado, venera las circunstancias y su prolijo cometido que ya lo tienen con el micrófono en la mano y los nervios de punta ante el monstruo que arrebatado vitorea su momento sublime de entrega total.

Un afortunado que ya impulsa el aliento y el primer ronroneo para calentar el motor de su inexorable guturalidad, de esa su inigualable voz. Y mira fijo al horizonte, haciéndole un bizco al firmamento, ojitos tapatíos al paisaje de la fauna ahí reunida, cerrándole un ojo a la misma vieja histérica que no cesa en su empeño de alcanzarlo con sus garras y toquetearlo, a las hijas de ésta que anhelan besuquearlo hasta el hartazgo, a la nieta que implora zamarrearlo duro y parejo en pos del crío que bautizará con su nombre, son las que alaban su acto, que acompañan éste su último periplo y que, al igual que su canción, tiene el peor de los finales; en un par de segundos la galería luce vacía debido al intenso e incesante movimiento de la tierra que no hay caso termine por más mire al cielo en señal de piedad, por más rece que rece, ore que ore, por más le pida a su patrona, por más los rayos y centellas iluminen su desencajado rostro, su juvenil mirada, su rictus desdentado. Allí quedaron sepultadas tanto sus esperanzas del canto de la letra exacta al amor tipo corín tellado y su humanidad toda, que sucumbió junto a la del presentador de estrellas que ni tiempo tuvo para bajar el feo telón que se sacudía cual lábaro patrio, ya luego de la húmeda embestida de las interminables y gigantes olas que acabaron de una vez y por todas con esta viña del señor del romance fecundo.

LA HORA DE LAS OFERTAS
o lleve de lo bueno, marchante

A medida que las réplicas se hacían más intensas, obsequiando esa cuota de pánico e histeria que para algunos los astutos de siempre, vendría siendo algo así como una potencial y saludable posiblidad de negocios a futuro, la ansiosa aunque asustadiza multitud ya repletaba el estratégico y bien abastecido centro comercial abierto desde bien temprano luego del derrumbe de todo el frontis, en pos de guarecerse de la carencia y de darle cavida y rienda suelta a todas las necesidades de consumo que desde los pasillos se ofrecen generosas.

Y como la tragedia tiene su día de rebajas, una jauría ávida por la presa procedía a revisar el extenso menú expuesto en las frágiles y destruídas vitrinas al descubierto, algo así como a la intemperie, con las mejores ofertas de temporada jamás imaginadas. A precio de huevo según el primer y avezado cliente quien voló por sobre el despistado guardia con su cuota de trescientos kilos de mayonesa dietética y un costal de papas fritas recien hechas, porque hace rato que anda cesante y desesperado por alimentar a su obesa y malnutrida familia. Además, con tanto zamarreo de última hora, como que la fatiga se apodera de su malhumorado ser y las ganas por devorar lo que sea no le dejan mucho margen.

Y mientras el rictus egoísta y soberbio inunda el dantesco paisaje, desbordando los sentidos y la sensatez de analistas, cientistas y antropólogos de la buena moral y que no trepidan en hacer llamados a la calma, el plasma de extensas pulgadas colmaba el deseo salvaje de aquel su nuevo y anónimo propietario quien no haya la hora de enchufarlo, echarse sobre su fino sillón de felpa junto a sus gatos a mirar la telenovela favorita y así calmar un poco la ansiedad que causa esta nueva tecnología y que, en el pasillo de electrodomésticos, ronronea ansiosa por ser consumida antes de la próxima y generosa réplica.

Carros repletos con abarrotes se avistan en el sector de quesos y carnes frías, porque los roquefort, camembert y mosarellas no tienen parangón y se merecen el mejor de los mordiscos con los dientes sueltos que ya andan con el hambre exquisita. Y el paseo continúa y la marchantita no cree lo que ven sus ojos; jamones serranos, salames y salchichones de todos los sabores y tamaños, porque cuando son gratis son más excitantes. Ni hablar de asomarse por el frigorífico y agarrar un buen pedazo de carne e imaginarse un asado al palo y que ya hace estragos en el subconciente de la todavía tiritona e inapetente tripa de la contenta consumidora.

Y la hilacha se muestra y por más nacionalidad, por más chovinismo y llamados agoreros a la fuerza de la identidad, no hay cómo remendar o rehacer la prenda hecha harapos. Y no está demás darse un paseo por la boutique del buen vestir y arroparse con variadas prendas antes que la mar deje de estar serena y los deje una vez más en pelotas. Que volver a los electrodomésticos por la extraña lavadora que lava, estruja y plancha, sacada en hombros por el par de corpulentas viejas, hastiadas de tanto santo día déle que déle al lavado de ropa de su extensa prole con el duro jabón que no hace más que extenderle la callosidad hasta los brazos y enjuagar, definitivamente, sus ilusiones de mantenerse sexy.

Y ya la réplica hace de las suyas y todos huyen de la gran tienda reducida a estantes vacíos y cornisas que se desprenden. Y porque las ofertas continúan, son varios los que hacen fila en el puesto de urgencias de la aseguradora ubicado en el estacionamiento y así firmar la póliza que proteja sus nuevos bienes en caso de robo y acción de terceros. Y las promociones siguen y los seguros por si la mediagua se ve afecta a los sismos grado seis, siete, ocho o lo que sea el cariño de la urgida divina providencia y que, al igual que las telefónicas, anda colapsada con tantos ruegos que se le juntaron de un día para otro.

Y a tierra revuelta ganancia de antropofágicos y especuladores. Y porque la caridad interesada comienza por casa, los bancos y sus respectivas prefabricadas casetas de cambio se avistan a la distancia ansiosos por el depósito al contado y así darle cabida a la mueca generosa de la solidaridad asistencial reflejada en el bauchet y que sirve de certificado supremo para salvar el alma, redimir la moral y, desde luego, tener la confianza necesaria para que la reconstrucción, una vez más, sea un mero parche menesteroso que socorre al más pobre. En definitiva, una guía de despacho que llevará por buen camino al séquito de afortunados inversionistas y empresas que pujan ansiosos por la repartija del territorio desolado y dar rienda suelta al crédito de la casa prefabricada con ladrillo princesa, los vanitorios etruscos y enseres de última generación y así alimentar la escuálida estética de los aporreados habitantes.

Hasta tiempo para la buena educación es posible a esta hora de calamidades; justo a la salida del paraíso del consumo, de este oasis de llegar y llevar, es posible observar al batallón de soldaditos de plomo bien parapetados, que ni el piso se les mueve ni las manos les tiembla, con el fusil de guerra presto como tiza y que expectantes esperan formar a la horda frente al muro o pizarrón de fusilamientos, a modo de dejar bien claro que existe estabilidad social y no hay espacio para el saqueo, que no sea aquel a manos llenas y que acostumbra sutilmente el más poderoso.

Todo esto mientras la autoridad respectiva de la oficina de emergencias, el único despierto en ese instante y que no tiene tiempo para improvisaciones, cava estratégicamente la fosa de múltiples usos y que servirá tanto para ocultar la catástrofe y, estratégicamente, para instalar el pesado y soberbio letrero con el típico llamado a la calma que aquí se respira y que proclama al mundo la autosuficiencia de la patria. … a la ayuda internacional, estamos tan requetebien que mejor nos van mandando plasmas de 42 o más pulgadas para dar rienda suelta al placer televisivo y todo su arsenal de trepidatorias pelotudeces, celulares con gps y así ubicar este paraíso y que el mundo se entere de su grandeza, cámaras digitales de 12 megapixeles para captar el paisaje idílico y las caras sonrientes de la ciudadanìa, unos notebock de 180 gigas de capacidad, más una impresora y así almacenar y luego distribuir, del mejor modo, esta soberbia copia feliz del edén. Eso nomás mientras tanto. Senquius.

LA HORA DEL APAGÓN
o que cosa más chévere

La velatón más grande, jamás antes vista, fue la conclusión de la sorprendida comunidad global que, atenta, echaba el ojo al extraordinario fenómeno ocasionado por el apagón y que sólo en esta tierra fue posible observar, gracias a la inestable condición mental del nuevo encargado de enchufar el sistema central, especie de sensor de las buenas costumbres apenas impuesto y que no trepida en cortar el servicio cada vez que la afamada actriz de la telenovela con mayor rating, insinúa mostrar una teta de perfil o amaga empelotarse. De un zuácate y con su mano presta sobre la tecla acabó con el encanto y con la magia sublime de la escena dejando a los televidentes en estado de shock y pelando el cable.

Toda una sorpresa y récord para los libros de logros de la patria, porque resulta que, con tan prolongado apagón, nadie suponía que toditos en la comarca y pese a que ni el ombligo se encuentran y la maciza telenovela ya es historia, festejan eufóricos y esperan continuar hasta que las velas se derritan, y todo, por el merecido reconocimiento de alcanzar tan ansiado efecto que los pone entre los países más desarrollados en este asunto del control de la energía, por más no aparezcan las llaves que abren el ropero y así quitarle al loco funcionario estatal el control de la caja distribuidora.

Avance y crecimiento, sin duda, pese a los lamentos y el ceño fruncido del ministro del ramo quien no pudo medir el tiempo exacto de la hazaña y el radio sin luz alcanzado, del perímetro obtenido, debido a que todos los cronómetros públicos estaban en reparación luego de la última protesta ciudadana, con cadenazos a los cables de alta tensión incluidos, y que acabó con todos los relojes atómicos luego de la incumplida promesa por parte de la autoridad de arribar en un corto plazo o lo más rápido posible mejor dicho, al desarrollo y al primer mundo y que no haya la hora de verlos ahí, puntualmente, instalados.

A tientas, procurándose fósforos de cualquier modo y así encender el escuálido arsenal de velas que va quedando, era el cometido de los más afectados; es que las linternas son un lujo y las pilas se agotaron hace rato gracias al oportuno y emprendedor empresario, presidente nacional de la cera, un iluminado por dios, por la virgen y las canciones de steve wonder, quien, un día antes del terremoto y por gentileza de la información privilegiada que maneja, tuvo claro que dicho remezón se venía con todo y era preciso generar el mejor de los bisnes. Negocios a futuro, argumentaba satisfecho al mundo financiero que atento lo observaba por la tele-conferencia dispuesta, como si se tratara de un claroscuro barroco; gracias a la pira de billetes que iluminaban su rechoncha carita satisfecha.

Ni el satélite encargado de vigilar día y noche el movimiento del terruño quedó indiferente ante tanto recalentamiento global justo esa media noche, automáticamente y de inmediato se dispuso calcular el calorcito allí acumulado, porque hasta el polo sur ya parecía baño maría, que de un instante a otro los hielos se convertirían en lluvia colmando el océano y el océano puede que se rebalse y provoque incontrolables tormentas y las tormentas más daños y así sucesivamente hasta que, con tanto vapor en el medio ambiente, la tierra termine como tetera de campo; hirviendo incontenible sin que nadie se de por aludido.

Ni hablar de los curas que a grito pelado agradecían al cielo por el tremendo favor concedido, por tan bella posibilidad que les manda para congraciarse con su diezmado rebaño y que hace rato los mira a huevo, con cautela y desconfianza, sobre todo, por la impactante noticia y que a velocidad de la luz se propagó por el mundo esa misma noche; hasta el mismo papa, presa de sus deseos y aprovechando la oscuridad, se había pegado algunos agarrones con una serie de seminaristas en la gótica pieza de visitas del vaticano para, luego, reclamar airado porque el corte de luz había sido muy cortito por ese lado del mundo, muy promiscuo según su ayudante, y que no le había permito tocar otros puntos de mayor interés, como ese de limar asperezas respecto a la pedofilia y que sus santos legionarios han propagado duro y parejo, como si se tratase de una doctrina de la fe, por diversas regiones del mundo.

Mientras, que ni luces de la luz y el suministro no tiene para cuando, cada párroco se las ingeniaba para disfrutar con la musiquilla del apagón a ritmo de cumbia- gospel y que se coreaba por todos los sitios de la provincia señalada, porque el gozo de ver a tanto niñito temeroso refugiándose bajo la sotana más a la mano, sin duda, era un anuncio de la divina providencia que desde arriba los mira de reojo, tragando saliva, medio nerviosa y bien agarradita del crucifijo. En definitiva, haciéndose la boluda con sus templados hijos de puta y que aquí abajo se multiplican como verdaderas ratas.

Y a propósito, ni tarda ni perezosa, aprovechando el impasse tipo vacaciones provocado por la monumental falla eléctrica y aburridos con tanta exigencia que la patria les demanda, la ansiosa clase política no dudó en el consabido retiro espiritual. Ahorro de energía además, porque andan requete cansados y no hay mejor forma que negociar en lo oscurito; allí los diversos representantes del tinglado electoral no dudaron en agarrarse de las manos y buscar sus proyecciones electorales en la tiritona ouija que no hubo caso se moviera más allá del centro y corriéndose desenfrenada para el extremo derecho. No conformes, total siempre existen recursos, y en una suerte de estadistas, no trepidaron en jugarse el poder y el padrón de electores echando mano al famoso juego de la gallinita ciega.

Y fue el momento preciso para dar rienda suelta a tanta represión de los bautizados habitantes del pequeño paraíso terrenal, tan dormidos y reprimidos desde hace rato y que no dejan de disfrutar la dichosa y oscura noche, de toquetear todo lo que se mueva y a tientas dar rienda suelta a los deseos más oscuros. Allí, en la penumbra de la refriega, fue posible divisar al solitario y oscurantista autor del cagazo, todavía con los fusibles en la mano, arrancando del linchamiento que ya le preparan, porque a decir del juicio popular ya redactado por los sectores más interesados en la cultura, no existe motivo alguno para el apagón cultural nocturno, ni mucho menos venir a censurar tan buena telenovela y que todas las noches se transmite desinteresadamente y en cadena nacional, por las pantallas de toditos los canales de televisión abierta.

LA HORA DE LA FETIDEZ
o a ver si le van jalando, a la cadena

Ya la multitud se concentraba justo al borde del pestilente río, luciendo atractivas playeras alusivas y tenidas de baño, tablas de surf, sombrillas y variados artículos de buceo, y todo, con la intensión de dar el vamos, el puntapié inicial a la hermosa gesta náutica proyectada, para que la autoridad mojona se apure y ponga la primera piedra, ese tapón que permita estancar el torrente y un día no muy lejano, botes, lanchas, cruceros y algún submarino naveguen a sus anchas, sin necesidad que la pestilencia de lombrices y parásitos, herencia de los refinados guáteres del barrio pujante y que ahí se deslizan rimbombantes, se asome siquiera a molestarlos.

De hacer realidad, de una vez y por todas, la acariciada postal idílica y soñada, donde sea posible ver a la ciudadanía remando de lo lindo, embriagada de dicha, disfrutando de aguas puras y piscinas artificiales estilo meditarrané. Que aquel instante de góndolas y puentes colgantes trasladen, varias leguas mar adentro, el pesado lastre que no deja arribar a buen puerto. Que la maravillosa sensación de ir en la dirección correcta no la coarte el subdesarrollo y menos que venga una brújula a cambiar las coordenadas del éxito y el sueño de la modernidad, tantas veces arruinado por aquellos mediocres de siempre y que nunca han navegado, por más flotador de goma sostenga su fatal pesimismo en su mar de incredulidad, más allá de su chapoteada pobreza terrena. En donde variados cantantes de ópera y tarantela dejen de navegar a la deriva y puedan mezclar su lírica y grandiosas voces con gaviotas, cóndores, cacatúas y, luego, todos juntitos, no cejen en el empeño de afinar el entorno. Donde los paseos peatonales con aroma a la vieja Europa y que sugiere la maqueta expuesta a todo sol, no destiñan y tropiecen el anhelo, los sueños, de alcanzar el primer mundo. Que cual Vénetos conquistadores, perciban la posibilidad real de refugiarse ante las incursiones belicosas de tribus vecinas y que, justo a esta hora, han de sentir una envidia insana por estos acorazados, que hace rato andan con la proa mirando más allá del desarrollo.

Y pese al hedor que el instante obsequia, porque hay que ser muy arrojados para mantenerse de pie y no marearse en el mierdal correntoso que desde babor azota esa especie de islote escenográfico, todos se balancean a ritmo de Marinera, tarareando gangosos, con la nariz bien fajada aunque altiva, lo sereno del momento, posando, sugerentes y llenos de muecas alegres y contagiosas para los románticos pintores convocados, que pintan requetebien el instante mágico desde su caballete institucional, igualitos a Géricault, según el ministro encargado de la riesgosa puesta en escena, quien no trepidó instalarse en la proa con una serie de pañuelos, para darle más realce identitario a la cita plástica según su flemático y estético acento, percatándose tardíamente que la marejada de vómitos no daba tregua en los nauseabundos pasajeros.

Una verdadero balde de tragedias, igualita a la balsa de la meduza expuesta al eminente desborde de caca, que ni los tajamares, menos las caletas, soportaban el licuado y fetidez que desde la cordillera se arrastra de forma continua, como si se tratara de un tsunami bien chorreado de alcurnia, como representación simbólica del entusiasmo que se transforma en pose hidalga, una alegoría para no desentonar en este breve instante en donde la patria requiere delirio extremo de parte de los futuros beneficiados del caudal navegable y que ya hacen fila al costado de la tarima y sentir en carne propia el mismo arrojo y sacrificio de los comensales.

Porque ahí caben todos, hasta el contradicto y furioso opositor, esa especie de pretoriano fiscal que a la deriva y todavía nostálgico de su otrora poder, que sin ningún ánimo de quedarse en el pasado y gracias a sus nuevos cantos de sirena, avivaba la posibilidad que le hicieran un huequito en el tinglado oficial y solicitarle al añoso canciller de rancia familia ahí presente y que no es más que un tiburón con cara de pañal que intenta moverse como pez en el agua pese al ancla que carga desde el mismo día que fue parido en la bodega de una fragata de guerra, que no se olvide de dejarle un espacio a las balsas con bandera de aguas internacionales, justo ahí en el muelle de pasajeros bip y que construye, con atraso, el ciento de presos políticos.

Y como para no dejar dudas que los símbolos son mediática estrategia que permite ir creando el ambiente propicio para echar rienda suelta a los sueños de grandeza, a esa diarrea fulminante por sentirse vikingos y fenicios y venecianos, todos hacían fuerzas, sudando la gota gorda, sin importar que en cualquier momento su esfínter deslizara algún trémolo zurullo que compitiera con la banda de guerra, en pos de invocar al poderoso para que dicho proyecto llegue a buen puerto, por más sarcasmo y burla del vendedor de confites, que aprovechando la marea alta de locos salvaba el día, y el mes, con esa extraña especie de supositorios que funcionan como corchos y que preparó con entusiasmo en su reluciente barquito manisero, a sabiendas que el vino navegado y el cóctel de camarones y ceviche cobraría sus primeras víctimas, sobre todo, la tripa de los histéricos y ansiosos marineros de agua dulce ahí presentes.

LA HORA DE LAS PRISAS
o a ver si se van apurando, que ya me anda por llegar

Siete fueron las víctimas del cañonazo en la línea de partida y que con su trinar de municiones, justo a las doce del día, una ráfaga de aliento adelantaban algunos despistados corredores, daba la partida de la maratón, el vamos al trote por la ciudad de una multitud ansiosa por lucir su fuerza física en pos de alcanzar la meta ubicada cuarenta y tantos kilómetros más adelante y en donde hasta el último y esforzado valiente que se atreva a llegar, a la rastra o en cajón si se diera el caso, será premiado con la banderita tricolor para que se seque el moco del esfuerzo, las lágrimas que se elongan por la emoción contenida de haber cumplido el sueño deportivo y, desde luego, para que se haga un lulo con ella y sienta, de verdad, a la patria en lo más profundo de su ser.

Porque está claro que la mentada cita, especie de terapia de shock multitudinario, encargada de convocar a la congestionada masa de anónimos y famosos, tiene como fin bajar la ansiedad acumulada, de hacer figurar el pie de atleta de los estamentos superiores de la nación y que no hayan la hora de mostrar su extrovertida y apestosa presencia, para rejuntar atractivas madonas que se luzcan mostrando el sudado calzón ligero y azotar la precoz virilidad que a esa hora ajusta el húmedo cronómetro del deseo y la obsesión para calcular cuánto se demora en botar la histeria acumulada en el día a día.

De arribar lo más pronto posible al atalaya en donde sólo caben, o suben o bajan, dependiendo de la luna o el sol o del clima, los campeones mundiales del antidepresivo y la frigidez, de mostrar al mundo las ajustadas bondades encarnadas en ligeras y aeróbicas prendas que únicamente en esta aldea es posible admirar, de hacer la vista gorda al voluminoso cuerpo que gelatinoso balancea el sudor y las agobiantes tragedias y que anhela que su sobrepeso quede bien atrás o que lo descalifiquen por antiestético. En definitiva, que aquí no guatee el bipolar esfuerzo, ni el entusiasmo, por alcanzar el éxito que sube, que fluctúa cual bono, la autoestima.

Y si bien la idea de convocar es resarcir el ánimo de los participantes todavía bajo los efectos del diazepan y otras hierbas, por las interminables réplicas y que no hay caso aflojen el ritmo y se oponen a seguir su nómade paso, por despercudir los miedos y ganarle a los problemas, entre otros, por solidarizar con los más afectados que a esta hora no paran de correr y salvar el pellejo ante la arremetida de la ola maldita, la histeria se apoderó del instante y cual manada histérica, raudos saltaban por sobre los cadáveres ahí dispersos con la ágil idea de no perder el rumbo y mucho menos el tranco que los deposite en el podium de los ganadores, total, a tierra revuelta y a cuerpos hecho añicos, ganancia de especuladores y triunfadores.

Y mientras el zoom fijaba su mira telescópica en las multitudinarias y generosas nalgas que prestas se insinuaban desde allá abajo, de hacer lucir más bellas las calles y adoquines, para encajar y encuadrar con emoción esos rostros ansiosos por alcanzar al clímax y oler el perfume de la victoria, no pasó desapercibido el torrente de sangre que emanaba de los mutilados cuerpos y que se chorreaba generoso por el bandejón central y el improvisado recortán sintético. Salpicón del que ni las siliconadas edecanes y la aeróbica ministra de la cartera pudieron salvarse, muchos menos el gendarme encargado de la seguridad, quien, y ya luego de la estruendosa ráfaga del cañón ceremonial y reventar de cuerpos, no trepidó en dejar todo botado y hacer una escala técnica en la enfermería dispuesta para el examen exprés de VIH. Positivo-diez-cuatro, fue su último contacto, antes que lo metieran en la celda de los contagiados.

A mitad de la carrera, justo después que las espátulas recogían restos de los malogrados deportistas y depositarlos en urnas de emergencia, estilo media agua, la pantalla gigante sintonizaba vía microondas y a través de la señal en vivo y en cadena nacional, al jefe del peladero que a la distancia solidarizaba con los más afectados en sus derechos humanos, mandándose una veloz carrera en saco desde la casa blanca a wall stret en cosa de minutos junto al campeón olímpico de la especialidad, a modo de ver la forma de recuperar las utilidades de su último negocio a futuro y así, con un plan estratégico ya listo y un gesto amistoso hacia los suyos, ir indemnizando ministros y a su personal de confianza en la medida que vayan saliendo en el voluminoso listado de indeseables.

El remate final a cargo de la turba que apuraba el tranco en pos del linchamiento del tartufo cardenal vaticano quien junto al par de acólitos, miembros inseparables de su séquito, todos enfundados en short y faldones y crucifijos cual báculo de posta, corrían con estupor y angustia la distancia, marcando un nuevo record mundial de dicha modalidad, luego de insistir majaderamente con efusivos y distorsionados ejemplos, toda una alegoría de la fe, con que déle que las gallinas mean, que los burros tienen cinco patas y así un sinfín de chapucerías que les bufó el espíritu santo.

Patitas para qué las quiero fue su última oración antes de hacer escala en la tiritona catedral que no se contuvo en realizar una particular protesta a su desagradable presencia, cayéndose estrepitosamente sobre la comitiva que ahí se abrazada delicada y cariñosamente ingiriendo agua bendita envasada, ante el desconsuelo del único fiel que va quedando, que sin importar la caída de santos, vigas y dinteles, seguía implorando para que de una vez deje de temblar y la tierra se aquiete por lo menos a la hora de misa y, también, para apurar un poco la promesa del bono de invierno, que permita se compre al contado el plasma de 52 pulgadas, antes que le venga la locura y salga a conseguírselo por ahí, que nada se demora, porque con tanta réplica, se ha transformado en campeón mundial de los cien metros planos, con obstáculos.

LA HORA DE LA SOCIALITE
o la dicha de una crónica fusilada

Por los ruidosos parlantes Roberto Carlos y Julio Iglesias le gritaban duro y parejo al amor, mientras, en una de las mesas bellamente decorada con emblemas tricolores, el presidente del peladero y su madona disfrutaban de un rico huemúl asado al palo con risotto y tutos de cóndor bañados en crema de kiwis, servido en platos de porcelana con incrustaciones de cobre simulando el nuevo escudo patrio y su estética light, con cubiertos de plata y aleaciones de plutonio grabados con la flor tradicional traídos directamente de la casa de la rancia y emperifollada tía rica, copas, así de largas, esmeriladas con todas las estrofas del himno nacional, sobre finos manteles y servilletas bordadas a mano por el gentil auspicio del centro de madres, que reprodujo íntegra, por más las faltas ortográficas, el acta de independencia.

Toda una alegoría; que quede claro que aquí se juntan y amontonan para la foto de la exclusiva página de sociales, los mejores hijos e hijas de esta tierra según el atlético senador, que ya hincha el pecho mostrando sus flácidos músculos con orgullo, sobre todo los de la cara, y que junto a su blonda esposa, experta en el crochet y las dicotomías, ex diputada, ex modelo, ex fanática del opus y de la píldora del día después, brindan por el matrimonio de su primigenia, esa actriz de la teleserie de alto impacto público y que ya baja con dificultad y a tropezones del platinado lincon donado por la parentela, toda una joyita en todo caso, porque resulta que, en él, paseó sus huesos, su abolengo y aroma aristocrático, hasta el cementerio de ricos y famosos, la querida bisabuela, luego de atorarse y morir ahogada al intentar tragarse una centolla con todo y patas.

Toda una sensación la novia; un traje de seda y lentejuelas de mil colores la presentan en sociedad, con hilos de plata, con un gran escote en la espalda y hasta plumas de avestruz, como si fuera a volar al monte Sinaí, idea de la modista preferida de las celebridades y que se encargan de tapar las interminables espinillas, sus enormes pecas y las eternas faltas de sol, incluso, para camuflar un poco el tatuaje mal hecho en aquel verano por su salvaje primer pretendiente, una especie de zorro del siglo veinte, quien sin decir agua va le juró amor eterno con tres estocadas en el lomo en donde todavía luce grabado el escudo de armas con sus iniciales y, entre paréntesis, su singular apodo.

Ni hablar del novio; galán del momento con el pelo bien largo, aburrido de tanto servicio militar impuesto, todo un apasionado héroe de la teleserie del momento, otro festín de sapos y culebras de canal privado, quien porta un traje gris metálico igualito al de los astronautas, de ese modo simbolizar que, su amor, va más allá que las mismas estrellas y el firmamento, más allá de la estratosfera, sitio en donde desea dibujar, después de la luna de miel, un corazón con flechas y sables, gracias a una serie de artilugios de neón especialmente traídos desde la nasa.

Y la felicidad da rienda suelta a los abrazos entre el mandatario y el senador cada vez que sus ojos poderosos y llenos de tic se encuentran, sienten el deseo de manifestarse mutuamente el cariño de clase que han forjado, el amor incondicional pese a los frecuentes desencuentros y peleas por sentarse en el sillón del libertador de la patria que, a propósito, luce su rostro de estadista en la gran gigantografía expuesta en el altar en donde, bajo su atenta mirada de prócer, la novia y su galán harán los votos necesarios para preservar la familia y los mejores valores que la tradición ha logrado mantener altivos, por más los cuestionen por pasados de moda.

Espectacular suceso que se lleva a cabo en la depresiva carpa negra, sitio en donde normalmente se encierra el padre, la madre, los hermanos, los tíos y hasta el frensh pudle del novio cuando la jaqueca los acosa, luce instalada en los verdes jardines de la casona propiedad de la abuela de la novia quien fue peinada por el estilista favorito de modelos, ministros, empresarios y protagonistas de las historias más dramáticas del paraje y que ya asoma una tendinítis de puta madre, que lo tiene a mal traer por tanta demanda de laburo, es que cada vez que su clientela cae presa, se encarga de acicalarlos para el flachazo del prontuario.

En total unas seiscientas personas que en más de cincuenta mesas con candelabros y manteles blancos y flores lila disfrutan del cóctel de ceviches saltados y camarones de los banqueteros más top del momento y que suelen hacer sus pucheros a la marca de carteras francesas, a la de zapatos italianos, a la de ropa inglesa. Aunque a la ceremonia por el civil y al rito con que se comprometió la pareja sólo entraron los más íntimos, unos cien convidados, el resto, afuerita nomás, sentados en las piedras, es que no estaban a la altura, luego que los encargados de velar por la vestimenta detectaron que muy pocos portaban el traje típico nacional que da el realce necesario a este tipo de eventos.

Eso sí, partieron en una carpa más chica. Allí una cantante entonaba melódicos bossanovas, mientras la oficial del civil daba inicio a la ceremonia principal, acomodando sobre su fino poncho tejido en la India la piocha del libertador de la patria y que en ocasiones usa para sujetarse la trenza, el manual de casados, la cruz al mérito otorgada a sus servicios a lo largo y ancho de la nación y una serie de botellitas con ungüentos obsequiadas por los cuatro tíos cardenales que harán de mudos testigos y que depositaron todo su amor en ellas y así simbolizar la importancia de la semilla y la procreación, que el pajarito en su nidito y así unas cuantas metáforas que calaban los huesos de los allí presentes, de dejar en claro que, la iglesia, sigue más viva que nunca por más quieran matar el semen que alguna vez la hizo tan grande como la virilidad de sus miembros.

Después, los novios hicieron sus votos personales frente a una fuente que mezclaba un poco de tierra, un poco de agua, un remolino que simbolizaba el viento, junto a un brasero. Es decir los elementos naturales. Dijeron lo que más les gustaba del otro y dieron siete vueltas alrededor de la fuente. Algo mareados por el paseo ya estaban casados. Pasaron a la carpa mayor y saludaron a la interminable lista de personajes vip: Por el lado de las actrices y sus respectivas parejas con humita y con aspecto tan bohemio y a la moda como siempre. Por el lado de la política la lista era interminable, porque el frac y el abdomen los delata: el alcalde, el ex ministro, el secretario general de la Presidencia, el ex vocero, el titular de Hacienda, el ex diputado, el ministro de Educación, los senadores y todos los candidatos que no llegaron a serlo. Por el lado de los deportistas junto a sus coquetas parejas que ya formaban los equipos para el nuevo reality en donde se murmura, comidillos de la respingada audiencia, habrá un cura que lavará la patética imagen de su babilónica institución y, de paso, bañará a veinte niñitos seleccionados en un sensual casting en el vaticano.

Finalmente, por el lado de los sonrientes empresarios, toda la plana mayor que ya frota sus manos por el frío y por los negocios de la reconstrucción, entre muchos otros invitados, que endulzaban la fría noche con el brownie de chocolate con helado de rosas y frutos silvestres que hubo de postre, todo, mientras los novios dirigían su apurado paso a la habitación contigua a las carpas fabricada de finas maderas de raulí, semejando una media agua en donde se darán como caja por un par de días y ver si la construcción aguanta, de ese modo, solidarizar con las víctimas del terremoto, además y a propósito de entierros, la idea es desocuparse los más pronto posible y llegar temprano a la repartija de bienes y entrega de la dote obsequiada por su recién finado tío permanente al que juran salvar de infierno con un par de avemarías. Pura ternura.

LA HORA DEL KING SIZE
o denlo vuelta, antes que las escaras lo martiricen

Interminable era la fila de curiosos para ver, en vivo y en directo, al único trabajador y dirigente sindical que va quedando y que es posible saludar, eso sí, como a contraluz nomás, por el pequeño orificio de la cerradura de su exclusiva habitación en donde, también, se insinúan apenas sus viejos emblemas y estandartes, banderitas rojinegras, cascos mineros y, lo más importante, la hermosa fotografía del Cuarto Estado de Pellizza, y que gracias al retoque fotográfico, el muy lindo aparece encabezando la marcha obrera. Finalmente un trozo de historia personal que prefiere mantener en reserva, porque nunca faltan los mal intencionados que todavía dudan de su original estirpe revolucionaria.

Estratégica medida, además, para que la resolana no rebote en la insoportable jaqueca que lleva a cuestas desde que se aferró al poder hace tantos años y deba mover su mediocre humanidad, alterando el sueño y la modorra acumulada desde que decidió hacer pública su depresión y mal genio, enterado ya, vía oficio, del desinterés y nausea que provoca en los hoy desafiliados miembros de su orgánica, hastiados ya de su constante oportunismo, de la jactante soberbia con la que llega a inflamar el pecho de orgullo y por el desenfadado individualismo que deja entrever en cada una de las acciones que emprende.

Una bicoca en todo caso, porque tiene asuntos pendientes más importantes; todo el santo día se la pasa soñando sobre su cama con dosel, por un sueldo más justo y así terminar la ampliación de su residencia enclavada en lo alto de la loma más alta de la ciudad, por una ley a la medida que le permita apropiarse del cincuenta por ciento del salario mínimo de sus representados y, de ese modo, reconciliarse de una buena vez con su combativa y exigente esposa, su compañera de toda la vida, quien cada día que pasa le abulta aún más las necesidades económicas, gracias al viejo truco de agarrarlo volando bajo, tararearle una canción de cuna y, ya luego que logra dejarlo completamente dormido y entonando aquel rebelde ronquido que más parece una queja, vaciarle los bolsillos duro y parejo, hasta que le de hipo pensar en las exquisiteces que puede adquirir apenas pise el shoping.

Y es su exclusivo y delicado catre broncíneo cubierto de colchas de cuero de nutria, de almohadas rellenas de exóticas plumas, en donde no sólo amortigua y relaja el estresante devenir de sus luchas y que, según sus más cercanos, cuatro pájaros lambiscones de mal agüero a los que ni con mosquitero logra quitarse de encima, se acrecentó luego de que se bajara los pantalones en uno de los intensos encuentros que tuvo con el representante empresarial y su amigote el presidente de la república en pos de la anhelada demanda salarial por el pésimo salario que estima recibe, también, le sirve de interlocutor válido, como una especie de intermediario para profundizar aún más en ese su idílico paraíso del subconsciente a espera del instante premonitorio con el que, supone, algún día logrará vencer su baja de interés e impopularidad.

Negociación privada aunque colectiva, se atrevió a confesar esa ocasión de tires y aflojes con la mancuerna presidencial-empresarial bajo el fino aunque hediondo ebredón, no dudó en invitar a su voluptuosa secretaria y ex tesorera en la central obrera, su compinche y símil de rosa de luxemburgo según él, para que fuese muda testigo, sin derecho a voz ni a voto salvo los eróticos bailes que se mandó alrededor de la marquesa, del laborioso swinger tripartita planificado, que permitiría hacer realidad el anhelado bono vitalicio para ambos, luego de convencer a la desnuda y excitada autoridad, que se revolcaba de lo lindo en ese su modesto y estratégico soporte ideológico, de que no le alcanza el dinero para nada, que las leyes no habían sido escritas para su personalísimo interés y, lo más importante, con tremenda camita y lujos, por ningún motivo pretende, aunque le paguen en carne, trabajarle un día a nadie.

Flor de dirigente que entre bostezo y bostezo, entre que se le acaba la gloria y agoniza el esfínter entre uno y otro pedo que se tira, entre que se caga y no, a regañadientes saluda con el puño en alto y bien cerrado a los curiosos ahí reunidos y hace rato echados sobre improvisados petates, una señal divinamente proletaria, porque pese al abandono de sus antiguos compañeros y camaradas, se siente un mártir y seguirá dando de qué hablar y mantendrá su alianza con quien quiera escucharlo y verlo. Será ésta, huelga decir, su singular lucha por seguir aferrado al poder unas cuantas décadas más, total, tiene el teléfono a la mano, justo en el fino velador que su lúmpen con característica de pequeño burgués partido le obsequió a sabiendas de que es un dinosaurio que no se extinguirá tan fácilmente y que su carisma y zalamería seguirá otorgando dividendos, sobre todo, a la hora de pagar las casas de la playa, que nada se demora en llamar a la actual autoridad, con tanta injerencia ella, y negociar su continuidad al mando de los obreros que todavía supone creen en él, por más le pesen los bolsillos, gracias al caudal de monedas que le llovían esa vez de su discurso sobre liderazgo en la OIT, en donde se quedó dormido sobre el podium, en el primer párrafo de su aburrida intervención.

Y sí, porque su equilibrio emocional también depende del viento y las migajas que recibe y ahí va repartiendo el peso y los deseos; y por más la internacional inunde el ambiente, convocándolo a ponerse de pié, a entusiasmarlo con sus coros obreros para que se limpie las lagañas, de insinuarle que ya se deje de la chapucería empresarial que anda trayendo, todo indica que será imposible verlo en el tablado incitando reivindicaciones. Desde su hediondo nido, que a medida que llega el invierno hierve con sus egoístas ideas, dió aviso que prefiere quedarse en cama, agrupándose en la lucha final junto a sus tutos y sabanitas, gastadas pero dignas, bien agarrado de sus precoces utilidades e inmundas presas, porque le avisaron que hoy, primero de mayo, pasarán completa la guerra de las galaxias por la tele y por más las escaras le pongan la piel rojita, por más se le mueva esa especie de futón con las continuas réplicas, se quedará inmóvil y atento al último capitulo de la zaga en donde el robot R2-D2, arturito para los que saben de esas macanas, tendrá, una vez más, un rol secundario; aparecerá echado, durante toda la película, sobre una hamaca confeccionada con finos hilos extraterrestres.

LA HORA DEL EQUILIBRIO
o afírmense, que ya estamos a la altura de los países bajos

Pese al temor y nausea que la tremenda altura y cálculo estructural ofrecen, en donde las incontrolables pulsaciones por minuto se agobian de puritita ansiedad ante el vértigo, entre maravillados y satisfechos, todos los invitados departen con entusiasmo y altura de miras no sólo la exclusiva vista que sus ojos desorbitados contemplan hasta la saciedad, sino también, agradecen el milagro de rozar el cielo y esa extraña sensación térmica que éste les procura, calorcito que juran es el halo de diosito mismo aunque apenas se trate del aire acondicionado, en concreto, de sentirse como en otro planeta y algo así como más exclusivos y divinos, únicos en su especie, más allá del bien y del mal inclusive.

Complacidos y tremendamente orgullosos de contar con el dream team de profesionales a la altura de las circunstancias, aquellos que sentaron las bases para la alegría que allí es algarabía, de ser los responsables de dar vida a este monumental falo que escupe al cielo la semilla oriunda y que penetra todo a su paso con el mediocre germen de la soberbia, de la jactancia exclusiva de un pueblo llamado a ser hijo putativo y predilecto de la bonanza económica, de las bondades puestas en este pedestal que ni siquiera se balancea, porque la rigidez es sinónimo del temperamento y la terciana del termómetro, ese que gradúa la raza, enfría y le da motivos suficientes a la frigidez bipolar y climática del habitante patrio.

Y mientras el impacto urbano y el terreno hecho trizas aguardan la hora de su desquite ante tal despropósito, los comensales se masturban con la elevada dicha expuesta, con esa solidez estructural tan bien proyectada, tan directa a los ojos de dios, rozando el clímax a la hora de analizar detenidamente la fina marmolería y el friso greco romano, de dar cabida visual al éxtasis de penetrar longitudes, anchuras y alturas tan perfectas y con las que dan ganas de echar a volar toda la personal y conceptual albañilería, ese entrar a picar intelectual con cementos, pastas y yesos, de no dejar hueco o recoveco sin llenar y, así, alcanzar el orgasmo y el atalaya, para envidia del vacío terreno y los huérfanos del placer y que desde allá abajo observan, si es que alcanzan a mirar tanta altura posible, la exquisita celosía, tuberías, tabiques y desagües.

Y los compungidos y esforzados arquitectos de este trastorno emocional no hayan la hora de echar su cuerpo escalera abajo, de evacuar el edificio urgente, porque ya luego de cumplir con los preceptos de belleza, firmeza y utilidad según el manual del estucado genio que los convocó e hizo realidad la maqueta, de recibir un galvano de cobre que acredita tal esfuerzo, la lucidez se les vino abajo por más las barandas hicieran el esfuerzo por mantenerlos en pie, porque resulta que justo ahí en donde se muestran satisfechos, sonriendo a la reverencia de temblorosos caciques, caudillos y autoridades, cumplieron tres semanas sin ir al baño, record que importa menos que un clavo de dos pulgadas en este instante que sienten que la pobre vejiga en cualquier momento les estalla, y todo, por culpa de los inversionistas de este incontinente reducto de la holganza y que, en su afán de ahorrarse unos pesitos, se negaron rotundamente a gastar metros cuadrados en retretes, mucho menos a vaciar y limpiar la única caseta sanitaria existente. Quedará allí como un monumento a la pujante austeridad de los nuevos tiempos.

Y a propósito de hazañas, nadie quedó ajeno al gesto simbólico de la pequeña autoridad del peladero, especie de mosopotámico faraón, que ni se arrugó en evidenciar su perfecto estado físico, su buen ánimo cosechado en largas jornadas de footing junto a su perro favorito, guardianes y el séquito de periodistas que lo siguen, subió trotando los cincuenta y tantos pisos, anotándose un nueva marca mundial para la distancia. No conforme con su logro, nada se demoró en solicitar por escrito a su faldero y adulador ministro, que inmediatamente declarara un mes feriado por el éxito obtenido y, de paso, que dejara sin efecto el contrato con la empresa de seguridad que lo cuida; pues resulta que tres de los cuatro guardaespaldas murieron víctimas de un paro respiratorio unos pisos más abajo, el otro, astuto él, se devolvió a su casa porque el vértigo siempre lo deja a muy mal traer y justo a esa hora tenía que instalar unos guarda polvos.

Lo misma sensibilidad y alegría que luce el delirante empresario y dueño de casi todos los pisos de este faro, tan acostumbrado a irradiar siempre su bajo perfil el pobre, quien y ya después de varios intentos, a casi caerse de la nube en que andaba, aterrizó su colosal harrier sobre el moderno helipuerto ubicado en la azotea del edificio, sin percatarse del par de flemáticas viejas que brindaban a discreción bien apartadas de la chusma, se las llevó por delante como si nada, en menos de cinco minutos ya recogían los restos de ambas con espátula desde el duro pavimento, suerte de paseo de la fama que todavía no fragua en espera de la posibilidad de cumplirles su último deseo; dejar sus elegantes huellas ahí estampadas, porque para suerte de la humanidad, justo en la caída al vacío, alcanzaron a meter sus finas manos a modo de cubrir y proteger su plástico y estirado rostro. Todo un espectáculo para sorpresa del acaudalado quien, ya estacionado, disimuladamente hacía una mueca con toda la cara, torciendo sus pequeños brazos, apretando el esfínter para finalmente inflar el pecho, orgulloso por tanta modernidad alcanzada, por tanto derroche de desarrollo, por tanta mezcla del primer mundo, por tanto equilibrio del mercado, por tanto platino traído de Estados Unidos, cuestión que le encanta, y que a la vista se ofrece con la modesta frialdad y finalidad de insinuar a los allí presentes, el abandono definitivo de la pilcha de adobes, tejas y pajas tercermundistas.

Y por más la posibilidad de respirar una bocanada de aire, ese que se diluye en la aglomeración expectante y casi como un milagro, la triada de ojerosos curas contratados para bendecir este espacio idílico hicieron su ingreso cortando el aliento al rebaño convocado, porque ni cagando se perderían la misa inaugural, mucho menos cuando sienten que la providencia les sopla la sotana, bendiciendo sus pecadillos. Y cortan las huinchas porque la ceremonia sea bien largota por más san expedito les reclame, con la única exigencia, claro, que para tan solemne acto y por el gloria a dios en las alturas a las que están expuestos, puedan tener a la mano algunos mozuelos y así sujetarse fuerte de la virilidad por si llegasen a tener un nuevo tropiezo. Y la idea era sujetarse hasta de la fe, de masticar toda la buenaventura, de apretar lo que se pudiera, incluidas las finas terminaciones de titanio y que, para sus excitados ojos, no son más que panecillos frescos y jaleas reales de dicha eterna.

Y era tanta la cercanía con la nube y las estrellas, con dios mismo y su tropel de querubines, esos que apenas y temerosos asoman su tierna carita por miedo a los curas que siguen extasiados bendiciendo a los ya escasos miembros allí presentes, que no faltó el desequilibrado y extasiado que se sintió convocado por la tentadora música que se escucha del llavero de san pedro, un verdadero calculista de la fe que, tras quitarse toda la ropa y escapar del único guardia, saltó eufórico al vacío con su dedo índice bien erecto en pos de encontrarse con la mano de dios y homenajear a los creadores del mamotreto éste. Eso sí, dejó una nota aclaratoria en donde expone su caso de un modo sencillo, explicando que no se trataba de un suicidio, simplemente la idea era recrear el fresco de Miguel Angel ubicado en la capilla sixtina y simbolizar con ello, más bien de poner en la balanza justa y que se equilibre como pueda la soberbia y la tontera.

LA HORA DE LA TETA
o más respeto oiga, con el seno de la patria

Nada se demoró aquel angustiado hijo de las ofertas en entrar y salir del exclusivo y elegante mall con el regalo perfecto para su progenitora. De un salto, haciendo gala del montón de leche acumulada en los huesos, porque pese a su entrada edad todavía persigue a la longeva vieja que lo parió en busca de ordeñarla como a las vacas, pasó por sobre los estantes y malhumorados clientes en busca de la olla y el sartén anunciados en ese establo que estruja la razón, con los que espera congraciarse, impresionar más bien, a la maltrecha madre de sus días.

Y la ansiedad retrata aquel rostro curtido que impaciente y expectante espera de pie en el comedor público de la chatarra, junto a la mesa ganada a punta de sudor y lágrimas, porque, para hoy, ni madres que se pone el viejo delantal y mucho menos preparar la típica olla común que acostumbra. Aromas en definitiva que van adornando y poniendo a punto la alegría allí acumulada, haciendo juego con el tufo de exquisiteces que hierven en el aceite light, con el mantel y los cubiertos plásticos en serie y que, en serio, quitan el apetito, globos de mil colores que asemejan condones, frescas flores sintéticas, de cartulinas y fibras que corrugan el instante de la maternal y arrugada celebración en combate por la gloria con la intensa y brillosa estética de chapitas con forma de corazones, repartidas por coquetas, atractivas e indispuestas promotoras, que pinchan y laceran el pecho y, si se puede, hasta el alma de las homenajeadas.

Y pese a la postura encorvada en muchas de ellas, por tanta teta obsequiada a generaciones y generaciones de prole patria, no se desaniman con el entretenido concurso que los organizadores propusieron a viva voz, mientras de fondo se escucha al famoso cantante llorar por su madre ausente; vieja de mierda, según la letra, y que se fue al carajo con su amante, apenas nació este desafinado. Simple juego, una especie de gimnasia de vigilia en posición de parto, con la esperanza de tragarse un pedazo de la fascinante torta de tres leches y que, al parecer, ya valió madres; se cortó en el trayecto. Divertido pasatiempo que baja la ansiedad de la más veterana concursante a espera que sus nueve hijos, puros abortos en término, simultáneamente repartidos por distintas tiendas de este oasis de placer, por lo menos atinen con el obsequio y, más tarde, tengan la amabilidad de arrullar sus achaques entonándole las mañanitas hasta que le sobrevenga ese su singular ronquido, que no hace más que aturdirla y hacerla dormir plácidamente hasta el próximo día de las madres.

Mientras, en otra zona exclusiva del recinto, las mentadas y puteadas van en aumento; porque de verdad es que hay que tener muy poca madre como para pasarse por el aro a las pobres mamacitas que cacareaban el fuero materno desde las tres de la mañana en busca de algún engañito ahora que andan solas por la vida, sobre todo después de enterarse que es aquí mismo, en este rinconcito del mundo, un símil de la placenta según los expertos, es posible concebir crías desarrolladas y plenas y no a estos mal paridos que insisten majaderamente en saltarse la fila. Ahí quedó estampada la denuncia luego que una de las agasajadas quedara como afiche promocional; embarrada sobre el espejo en donde, coqueta aunque inhibida, se probaba los calzones largos y afranelados con los que, ilusa, pretende pasar la temporada de frío y, de paso, conquistar una vez más al cabrón y escurridizo padre de sus hijos.

Y ante tanta y extrema dicha, nada hacía imaginar la tragedia que sobrevino, la madre de todas las guerras según el huérfano de la milicia y que dedica su tiempo libre al punto fijo y a diagnosticar el papanicolau en este oasis del consumo, campo de marte de ahora e adelante para las arriesgadas madres solteras que no se hicieron de rogar a la hora del concurso para ver quién se gana el fantástico plasma de noventa pulgadas. Monumental pelea y especie de telenovela, con tirones de moño, pellizcos, soeces sacadas de madre, desprecios. Darse con el hulero durante media hora fue lo más entretenido y, la más sensual, pelear en el barro hasta que les bajara el periodo menstrual. La triunfadora, entre adolorida y orgullosa, chorreando su mal humor, agarró su paquetito y partió rauda a convencer a su galán de turno, a insinuarle más bien, que ella es capaz de todo, incluso vestirse de rojo, en pos de verlo echado en aquel nido de amor y que tanto esfuerzo le ha costado consolidar, con la esperanza que aquel vago, que espera ansioso la transmisión en directo del mundial de fútbol, no se haga de rogar y, de una buena vez, aprovechando que anda con la regla, la deje embarazada una y mil veces.

Un caos sin duda, comentaba el encargado de la tienda ya medio ahorcado por un corsé y pateado hasta el cansancio por una serie de niñitos que ven en él al padre ausente, porque existen evidencias, claro, videos y ecografías que lo delatan como el responsable. Además, fue el encomendado durante los meses de gestación, una especie de eunuco, de acompañar a varias al vestidor contiguo y hacerles su test de embarazo cuando ellas, entre ansiosas y angustiadas, preocupadas por la constante amenorrea y temor a ser descubiertas por sus celosos maridos, se compraban todo el stock de ropa, según cuenta la resentida empleada que todavía lo percibe como el hombre perfecto para que la suba al altar y le baje los calzones duro y tupido de vez en cuando.

Y porque la taza de nacimientos anuncia una láctea patria femenina, varias niñitas en edad de merecer, entre medias asustadas y medias angustiadas por tanto barullo y desbarajuste hormonal, se prueban toditas las pantis y ropa interior ofertada en este día tan especial, con la finalidad de llevar a cabo el rito tan anhelado de verse sensuales y bonitas, de ver si tanta tela linda permiten tejer el sueño de la casa propia y llenarse de críos, total, se consideran requetebuenas para planchar y otros menesteres, están seguras que, tarde o temprano, correrán con la misma suerte de sus madres; terminar estiraditas sobre el burro. Además, esto de ser madre o futura madre debiera tener sus ventajas, por lo menos a la hora del consumo, reflexiona a grito pelado la histérica primeriza mientras se trenza a golpes y su moño es zarandeado hasta el cansancio por aquella envidiosa solterona que, presa de sus instintos más maternales, intentaba morder las tetas de su rival para que suelte el único corpiño fucsia doble copa que va quedando, según ella, la harán lucir más pechugona, más rica y apta para un día no muy lejano festejar el día de la madre, chupadita de amamantar a su borrego y anhelados terneritos.

Pura ternura según la híbrida y frígida mamacita que abandona hastiada el recinto, porque, según ella, su egoísmo no está de humor para que la anden celebrando aquellos sementales que zarandean su buitre deseo allá arriba en la cornisa, que deliran con dejarla preñada aunque sea tan sólo con el pensamiento antes que le dé la mamadera al hambriento y rubio crío fruto de un error de su juventud y que llora desconsolado por verle, de chuparle por lo menos alguna vez uno de sus cuidados y bellos pezones, un par de secretos bien cuidados, según aquellos que todavía se tienen fe en conquistarla, como los de la virgen de Fátima que, a propósito, nunca se le ha visto un chiquillo colgando de su disimulado regazo.
LA HORA DEL CACHO
o váyanse metiendo la táctica por la estrategia
Todo era silencio y palidez en ese bar de mala muerte después del desastroso desempeño del seleccionado nacional; tan incapaces los pobres de mostrar sus dotes y el juego bonito que los caracterizó durante mucho tiempo, que no dieron en aquel bello campo de batalla apenas remodelado, orgullo patrio según los organizadores que, fieles al cometido de la convocatoria, vistieron de fiesta con millones de globos ahí colgando para deleite de los fanáticos, con la orquesta en vivo dispuesta para la marcialidad y solemnidad de los himnos, con la enseña de cada estamento en lo más alto de las gradas y así cobijar la nacionalidad y orgullo, para celebrar el origen y las raíces de tanto distinguido visitante, para dar la bienvenida, como si estuvieran de verdad en su casa, a las delegaciones clasificadas luego de las espectaculares eliminatorias en las que participaron.
Papelón y ridículo nunca antes hecho por pueblo alguno, según el ebrio y descompuesto mozo que rezonga mientras patea la bandeja repleta de copas y a la pobre perra que husmea excitada sus finos zapatos de charol, señal, como una encabronada metáfora más bien, de protesta por la impericia de esta tropa de vagos malparidos a la hora de encarar a los rivales que tuvieron por delante, de reclamo sesudo por el poco profesionalismo demostrado justo en los momentos en donde había que sacar la enjundia y tomar los resguardos necesarios, riesgos del juego del hombre sin duda, para descifrar la obtusa defensa y la arremetida del rival que truncó tan loables expectativas, de lo miserables que son a la hora de los , burros desgraciados concluye encabronado, mientras sorbe los conchos reunidos en su tropezado paseo por las mesas.
Funeral para muchas de las estrellas convocadas y que pareciera se apagaron en el sublime instante en que el arbitro les tocaba insistente el pito y daba por concluida la refriega. Cortejo triste de los trasnochados fanáticos agrupados tras la barra y que lloran, de a poco, el moco tendido de la derrota. Entierro definitivo de los sueños de grandeza en estos dioses del único deporte que hasta ahora les salía requetebién. Sepelio que ni siquiera permite sintonizar el aliento de los ahí reunidos, que ya pujan la impotencia ante la serie de reveses por más el entusiasmo de aquel dial televisivo que anima el instante con airados comentarios, incluso durante la tanda de comerciales, y que amaga, haciendo el alarde necesario para despercudir y levantar el ánimo entristecido en quienes buscan el ansiado pretexto para gritar salud y, por un instante, sentir la gloria al imaginarse con la copa en lo alto y, luego, guardarla en la vitrina de los triunfos morales.
Despedida y réquiem, decepción clavada muy adentro del alma de malogrados aunque excelsos deportistas que, por más rogaban al cielo, no pudieron revertir el resultado final que los deja en el abismo del ranking de los jugosos contratos todavía por delante y, bien atrás, en el último lugar de la tabla. Cremación necesaria, para que no queden ni huellas ni rastros de estos pseudo salvadores del gen criollo-patrio, salvo dejen como legado sus bienes; la colección de anillos con esmeraldas, aros, pulseras, cadenas, relojes, lujosos autos y blondas doncellas y, con ellos, dar el pie inicial que permita construir un millón de mediaguas que vayan en beneficio directo para quienes apostaron hasta el perro vago tan sólo por verlos ganar. De repaso, se consuelen de vez en cuando con alguna fingida y frígida caricia de las pechugonas y tristes viudas.
Una cripta de caras largas que se siguen estirando a medida que los sorbos se multiplican, señal inequívoca del ahogo ante la nula esperanza de resarcir la historia, por más insistan con el stop ante cada repetición en cámara lenta. Gloriado de lamentos para dar paso a la angustia ante la pronta lectura de los resultados obtenidos por parte de quien fuera ungido presidente y pseudo estratega esa vez que la abstinencia los tenía medios locos, un adicto al tic y al maní salado que ya re-posa su pesada y mareada humanidad sobre la única mesa que va quedando, a modo de ir dando luces y claroscuros a los boquiabiertos que lo miran con devoción. Cuenta pública salpicada de arrebatos que emborrachan la perdiz de estos pelmazos que apenas entienden de combinaciones salvo no sean las que sostienen su animoso aliento, sonsonete profundo en honor a quienes admiran su hilarante y mordaz adjetivo, sus confusos gestos y muecas y, sobre todo, que siguen extasiados esa lágrima que furibunda y apresurada escapa de sus ojos antes de morir ahogada en el incontinente mar etílico de su iris.
Aplausos que apaciguan el decaído ambiente y estimulan la explicación que cruza el enrarecido aire colillero y tufo profundo. Enroque de ideas para estilar el sabor amargo ante la envidia que corroe su sangre y garganta deportiva por la serie de descalabros y metidas de pata, responsabilidad exclusiva de su par que todavía se pasea canchero, por más escupitajos y monedas le lluevan, en esa imagen de pormenores que obsequia el satélite contratado. Lástima de equipo que aquí, en vivo y en directo, se deshuesa línea por línea, se desnuda en sus partes débiles y las escasas fortalezas, desmenuzando cada variante que no supieron visualizar o encarar con hombría, cobardes que cobraron por adelantado y, más encima, ilusionaron el alma nacional.
Y sigue, mientras los vasos se vuelven a vaciar y a llenar. Que cómo era posible que con tanto contrato millonario, con tanto pase de última hora, con tanto parangón y figuración mediática, con tanto culto a la personalidad, con el tremendo plantel que se gastan, con los ilusos sponsor que creyeron en el proyecto, hicieran el ridículo que hicieron. Que pusieran en riesgo, así tan fácil, su compromiso profesional, la alegría y entusiasmo de todo un pueblo que los admiró sin reserva alguna. Una burla para la patria sin más, declara y concluye, como rematando, dando tumbos en el suelo, sosteniendo la ya vomitada enseña patria, la pizarra con sus mejores jugadas, la avinagrada empanada que sirve de borrador, una marchita flor nacional que usa de báculo cuando la comezón arrecia, y, por supuesto, su corbata desaliñada y tricolor que luce sobre su cabeza y que, según él, lo hace ver más apuesto, más guerrero, más patriota inclusive.
Palabras que cruzan y erizan el enmudecido ambiente después de tanta elocuencia y desparpajo, especie de cicuta que le fermenta la confianza, veneno de la pasión a cargo de la excitada y bella dama, su mesera de sol a sol, y que ve en este mesiánico estratega la posibilidad real que alguien le arrime las estrellas y de un jaque decente, sin más, se la coma. Que se la engulla más bien, al igual como lo hace con los maníes, huevos duros y cebollas en escabeche. Todo esto mientras el wurlitzer vomita esa triste melodía que siempre contiene su pesar, en la voz magistral de un vecino del barrio no muy querido entre los habitúes en todo caso, justamente, porque siempre los hace llorar más de la cuenta, resecándoles la garganta.
Tragedia nacional, banderas a medias hasta y duelo durante un mes decreta, entre llantos, el ofuscado dueño del tugurio, mientras, generoso, descorcha e invita la última ronda de tragos, instante preciso para convocar al primer campeonato nacional de cacho en su modalidad libre. Porque, se dice, poniendo a prueba su temple, con el jesúsenlaboca, prendiendo la única vela que va quedando frente al portentoso retrato de la virgen que apenas hace un gesto de satisfacción al verlo más tranquilo del pulso, de ahora en adelante y por ningún motivo, por ninguna circunstancia especial, aunque le paguen, aunque se apersone la primera autoridad de peladero o el mismito y amanerado ministro del deporte, ni por su mamacita santa inclusive, ni cagando vuelve a apoyar a esta tropa de pelotudos de la selección de ajedrez, un cachito sin esperanzas ni convicciones, y que los representó en aquel mundial de la especialidad justo ahí al lado, en la heroica población de enfrente.
LA HORA DE LAS RAICES
o enjuágatelas con champú
Como si se tratara de un acto concertado jamás visto en urbe que se precie, de un día para otro la mitad de la población amaneció feliz con el nuevo luc de tinte peluquero solicitado unas horas antes, en cadena nacional, por la autora de los nuevos usos y costumbres, tan suelta de trenzas a la hora de impactar con sus genialidades, apenas como una sutil obligación, mientras sus mechas eran acicaladas, en vivo y en directo, por su rubio nacarado estilista personal, ceniciento campeón de la tinta y asesor directo en estas cuitas de pócimas mágicas.
Compleja necesidad de atraer la luz, especialmente, de reclamar con su brillo la atención del resto del mundo ahora que, considera, se está ad portas del desarrollo. Por ningún motivo dejar pasar la oportunidad de ponerse a la altura de las circunstancias. Que se den cuenta de la dicha inimaginable de igualar el semblante con otras culturas y razas; de ponerse al tú por el tú con la tonalidad de las rubéolas suecas y otras eslavas, andar de igual a igual con esas blondas jolibudences y callarles la boca de una vez y por todas a los pesimistas y agoreros de siempre, infelices que destiñen con su critica al rubio ceniza claro profundo e irizado y que se puso tan de moda después de la erupción del volcán, hace un par de años atrás.
Y la idea, por más la vergüenza se camufle tras el breve mechón amarillo tipo trigal en millones de habitantes, es dejar atrás tanto pasado de mechas duras, olvidarse de la autóctona y remota parentela que se frustró frotando durante siglos cáscaras de nuez en ves del quillay y no hubo caso se aclarara el destino familiar, ni el sebo, en la mestiza mata de pelos de la descendencia, inclusive, por más el cruce con marinos y nómades paseantes y que alguna vez trajeron su ario semen que, al parecer, se atemorizó y se cortó de cuajo, como leche, justo ahí en la ovulación porque, resulta y según los antropólogos, estaba requete oscuro ahí adentro del ramaje en el bajo vientre y, así, es imposible concebir rubios.
Tarea difícil pero, a vista del brilloso resultado, nunca imposible, explica orgullosa la pestilente vocera de gobierno mientras el aroma a fijador de su húmedo peinado invade y sacude a los sorprendidos y curiosos corresponsales de la prensa amarilla que ya andan excitados por hacerle la pregunta y saber si realmente su rubio es natural o tan sólo un güerejo artificio de ungüentos loreales de la cintura para arriba. Y continúa, pese a la duda que inunda el ambiente, que la idea es darle un vuelco a la apariencia tercermundista que tan pocos dividendos obsequia, señala con un dejo de orgullo por su facilidad de palabra, mientras hace un lulo con su nuevo rizo, el más largo de su axila, sentando las bases, dejando bien en claro que su amarillo es cien por ciento natural y que, con su gesto, la idiosincrasia subió de pelo. Su peine de carey no cesa en sacarle brillo al moñazo rubio incoloro arremolinado de sus cejas, jactándose de la convocatoria, más ahora en donde la moda otoño invierno en la cabellera vendría siendo como el epicentro de la sociedad y no hay mejor forma de ayudar, para que no pasen mucho frío y por lo menos simular, aunque sea con diluyentes y pócimas extrañas, el cobrizo, el dorado, el rojizo, el platinado y que por sí solos irradian el caudal necesario de calor ante los nuevos vientos que soplan, sobre todo, el de la fría y permanente ventisca que estira y afloja las trenzas, como si se tratara de un fijador en spray, desde la nevada y paliducha cordillera.
Ya la sostienen sus greñudos asesores, esa especie de ridículo ballet comparsa de cantantes emperi-folladas, un símil del añejo espectáculo popero de la Carrá, luego de dar visos de un desmayo ante el penetrante y aturdidor bálsamo de lacas. Son los encargados no sólo de sujetarle el copo pintarrajeado, esa amalgama de la nacionalidad y orgullo que ni se sabe desde cuándo trae sobre sus hombros esforzadamente patriotas, son responsables, también, de crear los cismas y enredos necesarios en el subconsciente de la aturdida ministra, pauta idónea que cautiva y enaltece su masa de pelo de finas greñas, que incluye la estudiada chasquilla desde su raíz, gracias al permanente soplo al oído que le donan. Acabado análisis que a la letra sugiere que, con este asunto del libre comercio y el desarrollo económico, con esta necesidad de lucir más bella a la hora de la compra exprés, de aparentar el éxito y verse en su tinta, más rica y exquisita por último, es imposible retrotraerse a la necesaria manito de gato, al laqueado emocional que permite, por fin, dejar de agarrarse del moño con tanta india envidiosa y llena de latigudas mechas negras cual tallarines sin chispa, que no se han dado cuenta de las bondades que trae dejar de ser negrita y aborigen pata rajada.
Continúa su desvarío, mientras sorbe un vaso con agua oxigenada, ya más calmada, recuperada del desvanecimiento previo. Y pese al mareo que la tiene hincada en el estrado, continúa explicando la novedosa iniciativa. Que se trata de un anhelo por darle a la población femenina una imagen sugerente y casi televisiva en todo caso; para que el cabello se vuelque en la brisa, al viento y no destiña esa pose mágica en donde el perfil juega un rol demasiado importante. Para que se luzca el pelo de choclo con esa brisa que lo cruza y lo desenreda. Para compararse con la atractiva modelo igualita al castaño claro y que aparece sugerente, con las piernas abiertas en la revista de prestigiosas boutiques, mostrando el degradado tinte que es posible utilizar cuando la ocasión lo amerita. Además, hay que estar a tono con la coyuntura deportiva, el mundial de fútbol sobre todo y diferenciarnos del pantone de negritos y cholitos, para que no anden diciendo por ahí que somos africanas; de raíces negras. Concluye su arenga, cruzando la pierna descaradamente.
En un plano más político y mientras se abanica entusiasta la irritación y comezón con el comunicado de prensa y porque no tiene ni un pelo de tonta, no destiñe con descoloridos aunque variados argumentos. Para que se acabe esa insoportable y cargante manía que tienen algunos de mirar en menos a la población nativa, que se mueren de envidia a esta hora en que la ciudad brilla con luz propia, por más artificiosa, gracias al doloroso colestone, porque putas que duele, que perdió su calidad de tinte justo cuando las estéticas unisex lo aplicaron en aquellos cascos piojentos, masificando e irradiando, como un espejo de la contingencia, lo mejor de nosotras mismas, ejemplo a seguir en millones de habitantes por más que, después de la hora, el tratamiento destiña. En el fondo se trata que sientan por primera vez en su vida esa comezón tan exitosa y natural de extirpar las raíces negras de su chascona epidermis. Que puedan, por fin, ver a los piojos arrancar ante la ceguera que provoca el rubio nórdico según el frasco que vaciaron enterito en el pubis, en las axilas y ortos y vaya uno a saber en dónde más.
Para suerte humana ya concluye su dilatada disertación, media encabronada por la burla y sorna a sus acabados comentarios y porque, con el calor humano acumulado durante la apasionada conferencia, su tinte se derrite sabroso. Y por último, ya para cerrar, si los niñitos salen rubios, con el nuevo y casual luc, no será tan sospechoso su origen, porque, eso sí, aquí lo importante es preservar la familia a toda costa. Total, agrega cada vez más impaciente, los hombres las prefieren rubias; si es cosa de ver al hermano del mandamás del peladero, que por cierto insiste en no tener ningún conflicto de intereses con esto de usar gena hecha con polvo de oro de faraones, negro de mierda que lamentablemente no pudo ser el rostro de la campaña nacional, porque fue imposible pintarle el pelito que se gasta debido a la boina calada que lo cubre y que, al parecer, se la pusieron vitalicia justo cuando nació... cuando se veló más bien.
Y la invade el ardor y la histeria, porque la tintura ya comienza a hacer estragos, quemándola entre pestaña y ceja. Un pelo de la cola en todo caso, insiste, mientras se despide de los medios subiéndose al taxi recién pintado en donde la espera su íntimo asesor, un pelirrojo que no se sabe a ciencia cierta si tiene el folículo piloso color zapallo, caque o zanahoria, el punto es que luce mojado y hediondo a caca, igualito a malcon equis; porque resulta que justo en el momento en que enjuagaba su pelo, después de pintarse las canas, le cortaron el agua y obligado a sumergir la cabeza en el güater durante varias y ardientes horas.

LA HORA DEL PICO o pónganle vaselina al sacrificio

Y es justo en la punta del cerro, en esa parte donde la nieve derrite el escaso margen de calor humano acumulado bajo el pellejo, escareando el anonimato, quemando la epidermis oculta tras las gafas ahumadas y la vestimenta colorinche, el sitio idóneo para aclimatar el orgullo, para rendir culto, una suerte chovinista de shintoismo, a la generosa patria y su filuda cadena montañosa que dios puso justo en este peladero, para delicia de los emocionados ojos que allí se concentran y que moquean el lagrimón que se vierte desprendidamente sobre el crisol, congelándose al contacto con la nieve, con lo que es posible preparar un guiscacho en las rocas y, de pura dicha, envasarlo y comercializarlo, para deleite del erario de la nación.
Señal única de exclusividad, también, para que las tripas del intestino grueso no dejen de entonar esos cánticos y loas de satisfacción por tanto pico territorial expuesto y que se ofrece desinteresado. Para que la altura, esa que provoca tanto deleite, nivele el mareo y desinflame los cachetes que se aprestan al vaivén del viril copo que se tambalea insinuándose majestuoso para, ya luego, escupir extasiado su congelada liquidez, suerte de fecundación in vitro, y provocar la avalancha necesaria que replete la altivez, retaque el hoyo tiritón de la soberanía y rellene el escarchado hueco de escasa identidad que, sienten, va quedando a estas alturas.
Tremendo ejemplo, por más el frío arrecie, para que algún día nazcan hijos con la bravura de estos devotos que se arremolinan tras el improvisado bracero de la llama eterna y que se encarga, en estas horas de recogimiento y placer, de consolar el temperamento, estimular el arrojo, excitar el linaje y, por supuesto, re calentar los dedos de las patas que, por tanto entusiasmo otorgado por la magnánima naturaleza, por la emoción de sentirse penetrados hasta en lo más recóndito de su ser, por esta necesidad superior de entrega a la nacionalidad, olvidaron ponerles zapatos y las pobres se entumen de a poquito.
Aprecio y admiración, para dar más énfasis a la virtud de un pueblo que se deja amar soberana y sobradamente en este techo previo al mismo cielo, según los animados que arman pujantes las alusivas y patrióticas carpas; antes de que se venga el hielo y cale como sandía a la masiva peregrinación. Señal casi divina de que, aquí también, es posible hacer patria, por más los mal pensados, esos que ni saben de cordillera y suelen mofarse de la bonita tierra y los parajes que la circundan, de burlarse de quienes se sienten tocados en sus partes más íntimas en este preciso momento en que los valores nacionales y el compromiso con el terruño están en riesgo por culpa de estos infelices; vende patrias, que no se dan cuenta que con su sarcasmo, con su monserga, una verdadera lava antinacionalista, derriten este viril emblema, tan parecido al fujiyama.
Porque allí, a punta de esfuerzo y apasionada entrega se configura la postal eterna, esa congelada instantánea que se transmite a todos los confines sin un dejo de soberbia, para dejar a todo mundo atónito, ensartado con la idea de la gran patria. Eso, de meter la puntita para avisar que, por acá, en el sur, en este oasis donde la naturaleza y el concepto patria, por un instante provocan esa suave sensación casi nirvánica y orgásmica en la flor de piel de los alpinistas tirolés que no dudan en gritar, por más el frío que no da tregua, por más la ceguera de tanta nevazón, por más el único puma que va quedando se tape las orejas mientras devora al solitario y hambriento huemúl, que la vida es más sabrosa, más exitosa, más ideal para el mundo que ya quisiera sentar su humanidad, al igual que ellos; sin ropa interior, sobre el pináculo más alto y quedar excitados al toque y ya luego satisfechos, con el umbral de dolor reducido a su mínima expresión.
Además, que allí es posible arribar a insospechadas fronteras de adhesión por un pueblo, por sus límites, por su cobriza enseña, por el par de casi extintos bichos en el escudo, por una camiseta por último. Sitio mágico que maravilla y que hay que defender con la misma vida si se pudiese. Porque vieran; qué rico se siente la primera vez que se otea y se domina el horizonte. Si es cosa de preguntarle al desplumado y desorientado cóndor que se escapó de su hábitat; un zoológico de mala muerte donde vive confinado. Qué deleite arroparse en ese majestuoso atalaya y pre peldaño al paraíso. Porque sienten que la altura los encumbra al borde de la existencia. Porque, además, apenas y modestamente se sienten una mera herramienta, un medio más bien, para darle alegrías a la chusma que los mira desde abajo con cara de asombro por las mínimas falditas que portan, con cara de culo y de envidia, pero no importa. Porque es un goce que los llamen alpinistas y que se reconozca su gusto de pasearse de pico en pico, de roca en roca.
Y si, porque son ellos los llamados a coronar el ventisquero, total, los autos, camionetas y helicópteros con cadenas para agua, barro y nieve son una exclusividad. De hecho, el primero que llega a la cita, un apéndice de la patria según su círculo de amigos; por su cercanía con la prima hermana de un cuñado de la tía del sobrino del mandamás del peladero, se encarga de clavar, en aquel risco acondicionado de los estandartes, la entumida enseña nacional junto a la estampita del arriesgado fundador de esta especie de paseo nacionalista, un héroe que también tiene lo suyo; un bustito bien limpiecito y lleno de flores plásticas, en donde su semblante es un rictus, como de placer según sus seguidores, que recuerda sus últimos momentos esa vez de la independencia; cual ninja y en un acto de sacrificio sin límites... sin condónes ni vaselina, ofrendó su vida empalándose en la única estalagmita a modo de simbolizar su desinteresada entrega y arrojo, para dejar constancia, por más dolor, que un verdadero hijo de la patria es capaz de todo con tal de exacerbar la belleza de su territorio.

LA HORA DEL BOZAL o en boca cerrada no entran moscas
Diez horas fueron necesarias para taparle la bocaza, amarrarle la lengua y someter la garganta profunda que se gasta en hielo. Una especie de urgente traslado de órganos llevado a cabo en escasos veinte minutos, cubriendo la ruta desde la atlántica capital que, en un dos por tres, lo despachó vía aérea, sin remitente y domicilio conocido, hacia este frío peladero del pacífico que, para sorpresa de la humanidad, lo acoge solemne y orgulloso, por más el impactante ladrido testimonial y posterior desaire del que fue objeto, incluso, por lo perros que cuidan su lujosa residencia, allende de los andes.
Chovinistas vítores, histéricos gestos, bravuconadas patrióticas a destajo, himnos guerreros e infaltables banderitas a discreción, fueron la tónica durante los tensos momentos en que, custodiado por gendarmes, era conducido a la salida internacional a punta de patadas por el culo, y todo, con tal de resarcir el honor de la patria, de restañar la ofensa a su linaje luego de la desastrosa aparición en la prensa en donde insinuó, entre los bostezos de la aburrida periodista, una airada defensa a su extinto mentor político; aquel hocicón al que no hubo caso acallar, porque era requetebueno para esquivar roquets, salvo, el día en que desapareció de la tierra para suerte de los sordos habitantes y que ya no aguantaban ese insoportable tableteo tipo ametralladora que su boca ladina disparaba a cada instante. Heroica huida, según los afiebrados analistas y simpatizantes de su caudal labial, porque nada hacía presagiar que la ponzoña que estila su boquita de caramelo se transformara en metáfora y escudo a la hora de hacerle frente a las miles de manzanas y tomates podridos, huevos y escupitajos y que caían generosos sobre su estropeada humanidad, a modo de taponearle la embocadura de sus fauces, hecho acontecido un par de horas después de que destapara su esfínter ideológico y se mandara, como si nada, un vendaval de delirios y frases para el bronce, a todas luces una batería de justificaciones en defensa cerrada a lo que considera el mayor aporte político que la mal agradecida humanidad ha tenido en los últimos siglos.
-Ya era hora-. Se decía, entre angustiado y tiritón, con la boca que le ardía como chicharrón, rumiando la capacidad dialéctica que ostenta, mientras, lo despojaban del bozal y la camisa de fuerza, a la usanza de Anthony Hopkins caracterizando a hannibal lester, a espera que lo saquen de una vez y por todas del aeropuerto y lo trasladen al retiro espiritual, a la casa de reposo que la patria mandó a construir especialmente a modo de darle tranquilidad y paz interior a sus avezados y pretorianos guerreros, esos que suelen defenderla con uñas y dientes, con versos desprolijos inclusive, alzando su garruda mano diestra y gorila bracito ecléctico, como aquel del Dr. Strangelove, en la famosa sátira de Kubrick.
Y aunque por la boca muere el pez, se siente un poeta iluminado; porque por más su pobre lengua filuda hace intentos por mantenerse callada, cada palabra que sale de su bocota enciende los anticuados cirios que iluminan su pasado, dejando en evidencia, automáticamente, a los trasnochados fantasmas que circundan su dicha y que no hay caso se vayan a dormir temprano; y es que un dolor infinito atraviesa el enrarecido ambiente de la oscura pieza en donde descansa y espera recuperar el paliducho color de sus facciones, ante las vejaciones de las que fue objeto. Porque la amargura de sentirse interpelado, rechazado por su vomitivo discurso y declaraciones, no hacen más que dejar en evidencia su infinita capacidad de diálogo, transformando su bello comentario en altiva capacidad de estadista mesiánico.
Un lumbrera con sentimientos encontrados, reflexiona su porte mientras le sueltan las amarras y lo disfrazan de barney. Porque vergüenza siente ante la incomprensión del mundo e incomodidad de enfrentar, cara a cara, a su rancia familia y que ve en él su máxima, su agenda, su senda y lenguaje a seguir por más su mínima estatura de estadista y extra larga extremidad bucál con la que a veces trapea la incomodidad de quedar en evidencia. Si es cosa de verlo en esa pintura hecha a la medida en donde aparece de pie, tocando el hombro de su líder emocional, un psiquiatra que a puras pastillas somete su temple y bravuconadas, allí luce con la boca apenas bosquejada ya luego que aquel intrépido artista abandonara la pintura por encargo y a domicilio, por culpa de la mala costumbre que tenía de gritonearlo para que lo hiciera más bonito, menos bocón, con más altura de miras y, sobre todo, menos bodegón y naturaleza muerta.
Y aunque vuelve con la frente marchita y en calidad de futura autoridad en alguna provincia del peladero, no se siente siquiera caricatura y mucho menos cadáver político; porque pese a las ataduras y forceps hasta en las muelas que luce incómodo, brama de su resignada jeta una serie de improperios en contra de quienes no han entendido su mensaje emancipador y que, según él, harían de este rinconcito del planeta un oasis más libre, viril y democrático. Alarde y delirio mientras lo suben al carro alegórico, que en su diseño plantea un escudo nacional sin animales salvo su excepcional figura y que permite que, sus coterráneos, saluden su valentía, su arrojo, su sangre tan tricolor, su raza e hidalguía tan elocuentes, de aplaudirle el arrebato de decir lo que se le venga en gana, de celebrar la defensa acérrima que hace del territorio que lo parió y que se asustó aquella vez del chillido que se mandó, a la hora de su alumbramiento, ante la paliza propinada por la matrona con tal de animarlo y zamarrearle la placenta que lo cubría todito. Por último, para avivarle las buenas costumbres que posee y con ellas evitar, a toda costa, a todo hito, que por nada del mundo, el universo pierda la oportunidad de seguir deleitándose con su suave palabra y masticar de letras.
Y pese a sentirse un pez lengua bípeda sin pecera, arriba al panteón en donde descansan, junto a las respectivas taras y manías autoritarias, sus ilustres recuerdos y esbirros ideológicos, para dar las gracias por la enseñanza recibida, por la facilidad de palabra que exhibe y que simboliza con una flor que deposita en cada portentosa estatua de sus líderes, justo en la ranura del culo para ser más exactos, y que pareciera lo miran, desde su broncínea humanidad, con el reojo que sólo los grandes poseen, con esa risa que traduce la confianza en él depositada y que lo encumbran a esa categoría de vocero vitalicio, incluso, para cuando termine de monolito confeccionado con todas las llaves y candados del peladero y que, de algún modo, servirá para simbolizar su paso terreno, para mantener su ideario a buen resguardo y, por supuesto, para que por fin pueda lucir la boca bien abierta, como siempre quiso; como si recién hubiera anotado un golazo desde la media cancha.


LA HORA DEL ROMPECABEZAS o vayan dibujándole una lápida, por favor
Con un arrollado, se puso fin a los interminables festejos por el escuálido triunfo obtenido en la importante justa deportiva. Una pena explicaban los impactados testigos, porque, en algún instante y mientras el desborde popular extasiado e iracundo daba rienda suelta a la espontánea celebración, acompañada con la melodía de ensordecedores cánticos e insoportables trompetas, vieron en él a un verdadero capitán de hinchada, al orientador de sus jolgóricos y borrachos pasos. Sin más, un poeta retórico que, en cada letra de su improvisado canto, deja ver hasta las tripas, con tal de entusiasmar a la horda.
Y fue tal su disparatado entusiasmo esa mañana que flameaba entre sus manos la banderita tricolor más grande, en comparsa con aquel jadeante grito desafinado de sus pectorales de barra brava, ese que lo colmaba de dicha, que lo trasladaba a la esencia misma de su humilde origen, una especie de oración con la que se desayunaba para darle ánimos a su instinto futbolero, que no reparó en el trailer acoplado que pasó sin dificultad sobre su humanidad, dañando apenas el brillante chasis y una que otra rueda que quedó salpicada con su glóbulo de rojo patriótico y que ya corre apresurado por sus venas en pos de ordenarse en el charco, junto a su desmembrado cuerpo, a un ladito de la atropellada enseña patria, muda testigo de su quejido y dolor infinito.
Que ni el pobre y gastado hígado fue capaz de soportar el peso de la carrocería. Hinchado de tanto vino depositado en su interior, de aquella botella que mantuvo de reserva y sin destapar por más de cuarenta años, herencia del abuelo; un recalcitrante fanático de los potreros y que alguna vez soñó con este momento de gloria, que murió de cirrosis ante tanta decepción hecha bilis en aquellas largas jornadas de derrotas. Reventó como un globo salpicando todo a su paso, avinagrando la alegría y el entusiasmo de aquellos que ya hacían de tripas corazón, ante la amalgama de fermentos que desteñían su original y exclusiva vestimenta tricolor.
Ni hablar del corazón que cual héroe y pese a ser eyectado a más de cien metros de su donante, todavía palpitaba fuerte aquel extraño latido al que lo acostumbraron desde el día en que aquel espermatozoide se le ocurrió engendrarlo sobre el tablado del estadio luego del placer de ver el juego bonito de su selección que apenas perdía por dos tantos. Un compás marcial que lo hace más soberano, más hijo del peladero, más hincha del equipo de sus amores. Un escape a la esmirriada nacionalidad inclusive -se dice la estropeada válvula- porque cada vez que su benefactor ponía la mano extendida sobre el pecho, irradiaba ese no sé qué chovinista que provocaba la alegre taquicardia de saberse de esta tierra. En definitiva, un cupido a la hora de conquistar la emoción de su portador al que ya mira con pena, desde lejos, mientras es removido con espátula del suelo por la coronaria móvil.
Y mientras dicha proeza se lleva a cabo, de juntar las partes en un todo, los huérfanos testículos, que para suerte de ellos siguen juntitos, se miran incrédulos, preguntándose en qué estuvo que no terminaran sus días reventados. Lucen apenas despeinados luego del feroz impacto en el caliente pavimento a espera de freírse definitivamente. Y se saben con garra, con huevos, al igual que el difunto hincha pelotas y que en cada grito que se mandaba les provocaba esa suave sensación casi orgásmica y plena. ¡Pobres! Lloran su dolor ante la pérdida de su leal compañero de mil batallas y refriegas, junto al aliviado riñón que, calcula, fue el más beneficiado con el accidente; por fin podrá mear cuando se le dé la gana.
Tremenda pérdida de un contumaz patriota, se lamentan las inapetentes tripas y anexos, con la boca seca y la garganta apretada, masa que se confunde con la tierra patria y que las acoge desinteresada, sospechando la ausencia de comistrajos a futuro. Porque, recordar el apetito que se gastaba, de su placer de tragarse las empanadas como malo de la cabeza junto a los litros de aguardiente después de las escasas victorias, de sorber cazuelas como biafrano a la hora de la angustiosa eliminación a penales o de la expulsión de alguno de sus ídolos, de aquellos hermosos pasteles de choclo que terminaban devorados al instante de la depresión que le sobrevenía al ver a su equipo eliminado y sin ninguna posibilidad de cambiar la historia, sin duda que es imposible evitar el sonajero de tripas.
Allí quedó regada toda esperanza de alzar el vuelo de los emblemas, de henchir el pecho de la emoción ante lo inmarcesible que debiera ser la especie. Descansa en paz; junto al llaverito con la foto del máximo anotador, con la bufanda bordada con un mal escrito, envuelto en la todavía aturdida bandera que derrocha toda la sangre criolla que ya se desvanece en el alcantarillado, en aquel depósito ideal de heroísmo ciudadano y que se cierra a la posibilidad de rescatar la gallarda raza, a los sapos y guarenes que la constituyen; porque resulta que es mucho compromiso contener el licuado de prietas y vísceras que estallaron cual estrellas en el firmamento, en el pavimento más bien.
Y ya lo barren al médico legal, puliendo el piso con su fanático adn. Porque su condición dificulta el traslado, inclusive, su paso por la pérgola. Con la esperanza de rearmarle la nacionalidad, de sujetarle la identidad y su acento oriundo. Que ya se oye el murmullo ciudadano, ese suave coro de voces que tararea el himno patrio, que la tumba será de los libres, para el caso, para ver si es posible le hagan urgente un tratamiento especial; con formol, cloroformo o lo que sea, con tal de inmortalizar su estatura de líder y encumbrarlo sobre algún monolito confeccionado con todas las llaves de mediaguas y mansiones.
-El busto nomás es posible articular. Aclara el extasiado paramédico que lo recoge con pinzas. Un verdadero puzzle en todo caso; porque ha sido imposible localizar la cabeza. Que ya la han visto rodar como pelota por allá, más abajo, en ese peladero donde los niños se proyectan e imitan a famosos crack. Sangre nueva. Ejemplo a seguir para la extasiada ciudadanía y que sueña importarlos por paquete o por docena y así acabar, de una buena vez y por todas, con el angustiante futuro que sobrevendrá hasta que estiren la pata; donde casi es posible verlos más analfabetos, cesantes y pateando piedras o, en su defecto, los restos del vehemente fanático y que todavía es imposible hallar.
LA HORA DE LA ENTREGA o ténganle piedad a la madre de la patria
Sin emitir declaraciones, decepcionada y con la cara larga, simulando ser una estatua, la conspicua ciudadana hacía abandono del sitio que sirvió de marco para anunciar los festejos de la patria y que, según ella, no sólo guarda polvo y anticuados cachivaches; se transformó en ratonera en donde quedó en evidencia su desencuentro con la compungida autoridad, esa que la mira desde lejos, lamentando su enojo, al no ser seleccionada como rostro del bicentenario, por más su desinteresado y generoso aporte en pos de la reconstrucción y todas las causas justas con las que se identifica, por más el montón de influencias que, con pesar, miran la escena, por más su pasado casi colonial y que se manifiesta en su estrafalaria vestimenta, en su naftalínico aroma.
Histérica, además, de no aparecer en el interminable listado oficial de patrimonios entregado, en cadena nacional, por la ministra de la cartera más vieja, una momia recalcitrante según el marido que mira excitado, con su bizco reojo, a la bella y rica edecán que, sin disimulo ni piedad alguna, contornea su monumental y escultural culo, hecho a mano -aclara el experto anticuario de mano temblorosa- para deleite de los empalados mozos arremolinados alrededor del emparafinado anafre y envidia de las anticuadas tutancamonas allí presentes, que ya no dan más con el kerosene de sus implantes.
Una burla para sus modestas aspiraciones, a todita su humanidad, se sabía bien ranqueada en el corazón de los habitantes, por lo menos en el de los que moran su casa mausoleo, que tampoco aparece, ni siquiera como sitio arqueológico, dentro de los planes de la autoridad. Que ya le arrojan pétalos de rosa, flores a destajo, hasta maceteros los más elocuentes, todo, con tal de resarcir el profundo dolor, la insana amargura de no alcanzar su patriótico anhelo; porque sí que se vería despampanante en el sitial de los rostros que sirven de aliciente para un país tan maduro y que ama la tradición, que rechaza la decadencia, que, ¡pobre! no se da cuenta del valor agregado que tiene enfrente. Desagradable, igual, porque ya se imaginaba de perfil en las portadas de la prensa... o por qué no en la estampilla conmemorativa... quizás mejor en la moneda bañada en oro y que tallan con esmero los orfebres de la nación... o mejor en los billetes, en el más grande, o acaso su piel trigueña de origen desconocido, tan criollísima, tan exclusiva, no es de las que aterciopela, a falta de méritos y manos que la toquen, la mirada de los sorprendidos ciudadanos que, por más se esfuerzan, no logran captar su desenfoque, el gesto, el semblante hecho color idóneo que desea.
Caprichos y arreglines de la autoridad, el mal gusto hecho bondad, bastardos que juegan con lo más sagrado; la patria. Tropa de infelices oportunistas que ya celebran otras nominaciones, refunfuña mientras sube, balanceando su aspecto tan noble, tan regordo y casi obstruido de orgullo, al lincon descapotable que se arruga de la pura sensación térmica que se aproxima, a esa curva de años que hace de su cuerpo una masa anamorfa, cuneiforme y que difícilmente se acomoda en el sufrido y siempre resignado asiento trasero.
-Y sigue bramando la vieja-. Considera indispensable la recuerden pétrea, que le hagan un busto, porque a vista y paciencia sus senos son muy atrayentes, al piso sobre todo, por el caudal de volumen y silicona que en cada uno de ellos acumuló aquel especialista novato y que, inteligente, cobró su restauración por adelantado a sabiendas que, lo suyo, no son los senos de la patria… que tampoco su cutis luce tan estropeado como aparenta, como para dejarla con los crespos hechos… que si acaso el par de banderitas pintarrajeadas sobre sus pómulos desentonan, afeando un poco sus adorables facciones, se trata de su demostración pública del estético patriotismo que acostumbra y que la hacen lucir más emblema nacional, más enseña hecha a mano inclusive y apta para el coro de piropos… que su cara por más parezca museo lleno de artes plásticas, se sabe escultural y atrayente para ser exhibido y paseado como si se tratase de estampita de la misma virgen… que esta parte de la virgen la entusiasma; porque así como la van viendo, si es cosa de echarle una buena miradita, la única vez que pudo ser poseída fue aquella cuando, dispuesta a todo, desnudó sus encantos frente a la viril aguafuerte del incontinente padre de la patria, una lástima todavía recuerda; estaba tan concentrada en el erótico meneo de sus encantos, que no reparó en la furia del temblor que hizo añicos el retrato permitiendo que, aquel asustado héroe, saliera huyendo del marco justo un poquito antes que se hiciera mierda en el suelo.
LA HORA DEL TIC o háganle una friega a las taras
Un verdadero desfile y carnaval fue lo que la ciudadanía pudo apreciar, en vivo y en directo, un poquito antes que la señal del canal subiera de precio dejando a todo mundo con las ganas de mirar la improvisada teleserie de sus héroes nacionales, de casi tocarlos y besuquearlos, de secarles la transpiración y olerles las patas, de arrullarlos en el seno materno inclusive, gracias a la tecnología de punta y alta resolución y que hace rato ya luce empoderada en cada casa que se digne circunscrita al peladero.
Felicitaciones y toqueteos a los ídolos del momento, por su destacadísimo papel en la justa, por el entusiasmo demostrado en cada uno de los lances y que, en tercera dimensión, fue posible apreciar. Astuta maniobra del encargado comunicacional y su desmedida afición tecnológica, quien obsequió a los habitantes, en cómodas cuotas, un aparatazo de punta capaz de traspasar no sólo las sensaciones del orgullo que siente de haber nacido, de a poquito, en esta fría tierra, como repujado según la adolorida matrona, sino que, también, deja en evidencia la dieta de su humor gástrico, esa especie de menú del día que incluye cebolla picada y vino en caja, que permiten pasar el trago amargo ante las contundentes derrotas del equipo de sus amores.
Y lo significativo se viste de monserga y se acicala para la instantánea junto aquellos rostros que dieron todo de sí por traer al sitio que los parió una tonelada de alegrías, de paso, incontables paquetes con goles en contra e infaltables souvenir que son remolcados en caravana por los buenos mozos nativos de hombros anchos, como las mulas, según sus nuevos patrones, y que decidieron buscar una oportunidad lejos de su tierra, impactados por la cantidad de mega pixeles y flechazos sobre sus morenos rostros y, especialmente, cautivados por la sencillez de estas modestas super estrellas víctimas del alter ego, del placer de auto enfocarse así-mismo y disfrutar del momento del autorretrato, cada vez que posaban su humanidad sobre el césped de las canchas africanas.
Una alegría según las carroñeras y cada día más recauchadas señoras de pelo rubio ahí apostadas y que nunca pierden el control, porque con ese se consuelan en las largas noches de soledad frente al televisor, que no hayan la hora de toquetear los bolsillos de sus afamados maridos y afanarles la tarjeta de crédito y así bajarse la ansiedad con las nuevas y exuberantes adquisiciones, todos unos blackberris de colección según la que hace de capitana, tanto así, que ya se imaginan a elefantes, leones, jirafas y a uno de estos grandotes musculosos en el patio de su casa, déle haciéndoles hoyitos, pasándoselas por detrás y por delante, parándolas de pechito, cabeceándolas de lo lindo, masajeándoles las várices y, ya bien entrados en confianza, haciéndoles pedazo la virginidad que todavía detentan, cual arqueros imbatibles, luego de la operación que se hicieran mientras la justa mundialista.
Tregua al desconsuelo que se cura con el goce de la ovación y las interminables e incesantes voces de aliento extremo. Aplausos que hacen crujir el ambiente de fiesta, agitando el corazón de los homenajeados, palmaditas de aliento que estremecen el espinazo de defensas y delanteros, abrazos calidos que cobijan la patriótica moral de los ecuánimes combatientes, arrumacos de los fans que ya orinan la emoción de estar frente a frente, como si se tratase de una jugada magistral en cámara lenta, cuadro a cuadro, con la máxima figura del equipo; el aguatero.
Inmortales ídolos y que no hayan la hora de llorar a la cámara que se pasea en busca de la imagen idílica, en tres cuartos de perfil ojala, bien peinados si se puede, por la perdida de joyas y diamantes en aquellas verdaderas peleas campales en las que participaron; cada vez que recibían un gol en contra por parte de los sparring estratégicamente seleccionados y que solían tocar, con suaves cariños e insinuantes gestos, sus orejas, su cabellera y a veces hasta el culo, con tal de saber si realmente estaban aptos mentalmente para jugar bajo presión.
Y se lucen con sus fachas, bien formados, contentos pese a las derrotas, jubilosos pese a la pérdida de finos accesorios y valores, satisfechos a pesar de la mala señal de internet y que no permitió el brillo de sus portátiles, alegres por más la soledad del guerrero, recordando aquellas noches en donde sucumbían a la mano que aprieta, ansiosos de llegar a la casa y encontrarse con la novia desvestida y alborotada, excitada y atravesada, expectantes por recibir el cálido aunque riguroso y tieso saludo de la máxima autoridad del peladero y que ya estira la manirrota que mece la cuna del paisito tercermundista, sin percatarse que sus breves extremidades caían presas del insoportable tic que no hay caso abandone sus insignificantes muñones, convertidos en nudos que estrangulan todito su ser, y que fueron desatados, después de una semana corrida, por el agotado masajista del seleccionado nacional.
LA HORA DEL FRIO o el asilo contra la inundación
Vacía quedó la ciudad después que aquellas insoportables chicharras, suerte de alerta temprana, ubicadas estratégicamente sobre el pico más alto de la franja cordillerana y a todo lo largo del congelado río, daban aviso de las bajas temperaturas que habrá que soportar de ahora en adelante y la posibilidad real, después de interminables estudios en los think tanks, termómetro para bajar la fiebre del acontecer interno, que muchos habitantes del peladero terminen sus días en un-dos-por-tres-momia-es si es que no se guarecen, rápidamente, en sus casas.
Y el frío se hace pretexto para evitar congelar las pasiones, porque, entre que tempera la calentura anhelada, es posible que endurezca la virilidad en su co-metido más inmediato, humedeciendo hasta las concavidades más reacias y frígidas y que suelen deprimirse, más bien congelarse, por este asunto climático y que pareciera inadapta hasta a los más calentones que andan hasta con la libido in vitro; entumida y a medio morir saltando.
¡No faltaba más! se oye el coro, como un gospel destemplado, del libidinoso y entumido clérigo, que ni tardo ni perezoso ya estiba lo necesario para no enfriar la fe, improvisando repisas con sus sagrados elementos, acomodando la provisión de vinos en el sitio adecuado y mantenerlos con la temperatura idónea, embazando la carne cruda, ordenando por nombre de pila esos espinilludos manjares exquisitos y que, de algún modo, servirán de corta vientos, fogatas y consoladores para ir salpicando el deseo mientras la lluvia y la humedad los palpe y tiente en carne propia. En definitiva y dios mediante, para pasar contentos el crudo invierno que tienen por delante y también por detrás.
Hasta el hieratismo del dueño del peladero no se hace de rogar a la hora de levantar el ánimo, al momento de la foto, porque congelar el instante, al igual que las estatuas, son medio de comunicación masiva por más la frivolidad se apodere de su discurso. Entre empalado y con la hipotermia típica de un jefe de estado de inanición, se retrata a modo de entregar una señal de calma y de calidez, como un aliento temperado por el flash incesante, por más la escarcha en su pelo, por más esa especie de sonrisa entre forzada o temblor de dientes que obsequia al tumulto de tiritones habitantes, que ya queman naves y mediaguas con tal de mantener encendido el bracero del fuego eterno y que aquel ministro de energía repartió como malo de la cabeza de la tea olímpica que carga, en su trote por el país.
Un diluvio que no borra el ser nacional, tan sólo lo remoja y le almidona el semblante depresivo que cada invierno destapa y abruma. Y la aguada costera y la infaltable neblina, especies de mantos que van cubriendo todo a su paso, la antítesis de un plumón relleno de finas plumas, ni siquiera se apiada en frivolizar aún más. Y porque entumirse es de mal gusto y siempre habrá un animal hecho genero que se preste o se suicide en pos de servir de aislante térmico, ricos y famosos se aprestan a mostrar la hilacha, o lo que queda, de zorros huemules y pumas hechos bolsas y cobertores, en pos de verse adecuados y saberse acalorados por más la temperatura siga bajando y la sangre se coagule.
Y la baja a niveles insospechados se tranza, también, en la bolsa de valores, que ni el acervo moral ni los himnos son capaces de calentar el ambiente de los especuladores. Hemiciclos, estatuas gallardas y lienzos tricolores funden su proclama bajo el barro y la nieve que ahí se apoza, que los invade y que ya alcanza el busto de pétreos héroes que no hayan la hora de bajarse del monolito y huir en ese imaginario corcel que no trepida en arrancar solo, antes de cargar con tanta entumida responsabilidad patria.
Chaparrones incontinentes, casi como el acero, que caen sobre el temple de los pequeños y gallardos habitantes del enlodado y escarchado peladero, que esperan, con esta ventisca, demostrarle al mundo que, pese a los reveses, a pesar de andar entumidos, es posible seguir aguantando temperaturas más bajas, total, la piel es dura en quienes se disponen a invernar hasta que algún rayito de sol o un eclipse se apiade y se irradie sobre la fetidez acumulada, señal inequívoca para izar una vez más la entumida enseña patria que justo ahora luce como güatero; pisoteada y sucia, bajo el transparente hielo, junto a la caja vacía de vino tinto y una anegada empanada, a espera que vengan tiempos mejores y sea posible entonar el canto bicentenario, con aquellos cruentos estribillos que hacen de comparsa a la fría calidez y entumida candidez de esta envarada copia (pirata) feliz del edén.
LA HORA DE LA HORA o el instante sublime de las mentadas
Por más la defensa civil y algunos fieles hacían esfuerzos sobrecogedores por sujetar el mamotreto de palos de fino nogal, que por eso pesaba tanto, de equilibrar y sujetar mejor dicho la inmaculada figura de la virgen que bate y convulsiona sabrosona todita su humanidad (un decir en todo caso) en su paseo terrestre, todos los intentos eran en vano justamente por la porfía de la sagrada patrona que, ante cada oración y proclama de los ahí presentes, se iba enterando de las calamidades y barbaridades que en su ausencia se han ido acumulando. No de muchas, en todo caso, tampoco la idea consiste en aguar la fiesta.
Y mientras continúa el malabarismo de la espiritualidad y el recogimiento literalmente recoge a las damas de negro, que lucen entre abatidas y poseídas en el suelo, la escena se hace conmovedora, desgarradora mejor dicho, no sólo por los cantos alusivos que proclaman la desventura y sufrimiento del ser que pasean en andas, ataviado en la elegancia de pañuelos, rebozos, cruces y velas, sino por la osadía de la blonda y escotada diputada, feligresa a rabiar, ávida por salirse del libreto y de la fila, y que en un arranque de fe y éxtasis jamas visto, pedía a grito pelado, dirigiendo su mirada al team de viriles bomberos allí presentes, que por favorcito le fueran apagando el ardor que anda trayendo atravesado desde hace días en su bajo vientre, debido a la manía que tiene de abrir la boca y mandarse un rosario de pelotudeces.
A todas luces un milagro, según el encargado de anunciar los milagros y que con el jesús en la boca, mientras la procesión avanza apenas sosteniendo el bulto con la esfinge de la inmaculada, sujeta las partes más íntimas de la gozosa poseída, que ya cae presa de los placeres de todita la compañía, comandante y mascota incluidos, por más los reclamos de las castas e inmaculadas viejitas a todo terreno, que también en estas horas requieren de un buen manguerazo para enfriar la picazón y que ven en esta neo madona la proyección misma de la lujuria y el pecado hecho carne de cañón o, para el caso, de manguera.
Una maldad del diablo, pontifica y arenga a viva voz casi en estéreo el exaltado cura responsable del paseíto, quien, y sin decir agua va, personalmente se encarga de castigarla con su mirada ¡alabado sea! no sin antes rasgarle toditas las vestiduras, echarle una lavada a cubetazos, porque con agua y con jabón se borra la huella de cualquier cabrón, y practicarle sexo oral a modo de penitencia, y como si se tratara de una manda, nada se demoró en mandarle a guardar una serie de improperios y una hostia del día después a modo de dejar al descubierto, ante dios y los curiosos allí arremolinados, las impudicias pecaminantes y, sobre todo, el sabor amargo que siente ante la lujuria pélvica que cada día se apodera de todita la población del peladero.
Ya más contenida la emoción pública y el terrible flagelo a ojos vista de la imagen santa llena de gracias que contorsiona su ser sobre el escuálido plinto, la batería de ruegos no se hace, digamos, de rogar ante la cadena de agarrones y cachondeos, orgía más que evidente y una falta de respeto a la homenajeada por parte de los rezagados de la libido y que ven en este apasionado rito ciudadano, una señal clara; a río revuelto, ganancia de pescadores, total, si con tanto deseo reprimido y alboroto, queda en evidencia el verso justo; que no hay que dejarse estar y menos cuando el mundo en cualquier momento se va a acabar.
Fervor y devoción que ni la presencia de la contundente fuerza policial pudo aquietar, es que sienten, en las macanas que portan, la posibilidad de hacer realidad tanto erótico sueño reprimido que guardan en su interior. No bastó ni una milésima de segundo para que entre ellos se dieran una calentadita de padre y señor nuestro. Una alegoría sugiere el analista del vaticano, especialista en distorsiones humanas y que ya se suma encantado a la dicha del garrote que no cesa en su empeño de agradar y satisfacer a la legión sadomasoquista ahí apostada y que ve aquí, en este juego de pasiones, un símbolo de fraternidad y, sobre todo, la posibilidad real de legislar a favor de la unión entre animales domésticos.
Y ya cuando todo mundo daba por hecho que aquel arrebato y liturgia concluían, dejando a varios contusos a un costado del camino, a un montón de parejas hechas y derechas, a otros cuantos satisfechos del minuto feliz que cada año la ceremonia otorga, un diluvio daba inicio al recogimiento de las solicitudes; de pedirle al altísimo, a la divina providencia en este caso y que vendría siendo su embajadora, algunas señales que vayan orientando el buen pasar en la tierra. Señales claras en todo caso, nada de burocracias o palabras de buena crianza. Así entonces, al instante ya flameaban las enseñas tricolores y los rosarios se transformaban en coro percutivo ante cada verso y estrofa de la dulce y fervorosa melodía que inunda las calles, peor que diluvio, y que se encarga de introducir la presencia del mandamás del peladero, que con micrófono en mano, aprovechando la coyuntura del recogimiento, convencido que su sola presencia es estrella que guía, daba aviso, en señal clara de unidad, por más el dolor de sus interiores, por más el ardor que siente por las decisiones que debe tomar, de la nueva tarifa del transporte.
No bastó un segundo para que se remeciera la tierra, que de inmediato y de la nada se formaran barricadas, que hasta la nasa detectara desde el cielo el calor y las trepidaciones del peladero, que los buses quemados se transformaran en tea que alumbra a la humanidad de forma gratuita, que las fogatas encendieran el escaso clamor popular, que la divina imagen y que atenta escucha el cantar de amor de la autoridad a la ciudadanía, en un acto insospechado, a todas luces un milagro, se desprendiera estrepitosa de su base, como destornillándose más bien, para encarar con su carita recatada requete tierna que ya mira al cielo, en rictus, en busca de una sensata respuesta, y en un santiamén, que nada le cuesta, lo mandara un poquito a chingar a su madre.
LA HORA DE LOS INDULTOS o por la razón a la fuerza
Varios días y sus noches fueron necesarios para poner a punto el tremendo e indulgente petitorio y que hoy hacen público, pese a las ojeras, el dolor de huesos, el cansancio acumulado, a la garganta irritada de tanto leer en voz alta a la hora de las correcciones y el orden alfabético de los apellidos, a la impresión por la sangre que no dejaba de chorrear generosa cada vez que agregaban un nombre en aquel impune legajo y que ya cargan sobre el sacrificado lomo del monaguillo soldado raso de dios, incómodo con tanto perdón a cuestas, en su visita a palacio donde los espera la máxima autoridad del peladero y su desequilibrado ministro de la justicia divino-terrena.
Malhumorados en todo caso; por las dudas que genera un órgano de estado tan importante y de hombría a toda prueba como lo es el suyo. Por los conflictos de interés que han insinuado algunos malagradecidos; ateos vende patrias que suelen cuestionar su bien intencionado deseo de imponer un poderoso criterio, la palabra de dios en realidad, y abuenarse con la asustadiza plebe, esa que hace rato no asiste a misa, que ni los vagos, mucho menos los perros, se entusiasman por acercarse al comedor de la parroquia, por más el ofertón de biblias, agua bendita gratis, ave marías a mitad de precio, confesionarios indulgentes y sin castigos, ante el temor de encontrarse con algún curita que los acorrale, haga de tripas corazón, y de una los deje ensartados en un retablo junto al retrato de alguna virgen o santo de su devoción.
Inmaculado y sobrio documento, igualito a los mandamientos según el representante del prelado, pura música celestial escrita por la mano de dios que se encargó personalmente de afinar la clemencia, de pulir la piedad sin temor a desentonar y mucho menos equivocarse, un revoltijo de concupiscencia que pretende darle sentido a la necesaria línea profética que viene de allá arriba y que, a ras de suelo, con demasiada soberbia, pretende blindar el piso moral y, desde luego, el político, a los autores del descabellado propósito.
Y como la invitación era sumarse a la pachanga de penitencias y arrimarse a la generosa mesa o carreta de los acuerdos, por más las patas le flaqueen y por más el entusiasmo no logre descollar o movilizar a nadie. La idea es echar la casa por la ventana, que los vinos y perniles de huemul, que ya se asan junto a las alitas de cóndor, hígados de puma, carpacho de guanaco, alcancen para todos y sirvan de refuerzo anímico para entusiasmar la buena crianza que se acostumbra y sean una especie de vituperio de esperanzas que vitaminice el peladero, desde luego, que permita alimentar la bolsa de gatos y que, en tropel, espera con su mamotreto y peticiones indulgentes, cagados de hambre y con una sed de justicia jamas antes vista.
Y como los asuntos que atañen a la patria no deben esperar, porque se impacienta y desespera, los diferentes estamentos convocados, los que no también, entregan su voluminosa solicitud de absolución a la atractiva e impaciente encargada de la oficialía de partes, ex convicta amnistiada después de cumplir un periodo de sentencia promedio o igual a los días de su regla, luego de pasear desnuda toditas sus partes y accesorios, con la enseña patria entre sus extensas y depiladas piernas simulando una toalla higiénica, frente a las máximas autoridades del peladero, esa vez del homenaje al caudillo de la patria, quien terminó sus días bañado en sangre.
Arca de Noé, según los entusiastas que hacen la fila y que, aprovechando el llamado de la selva, no quedaron exentos de traer a colación las justas demandas de sus defendidos, unos animales para el caso e inocentes víctimas de las circunstancias. Y es la eximia presidenta de la junta de vecinos número ocho, sacrificada y astuta administradora del bien común de su pobre comunidad, la primera en ingresar al oscuro salón de honor, con la intensión que prescriba la amenaza permanente que pesa sobre su vecino más problemático, un iluminado reincidente por donde se le mire, y que no hay caso se descuelgue del poste de la luz, que permite disfrute de sus tres plasmas y que mantiene encendidos todo el día, porque se le metió en la cabeza, un viso de luz sin duda, que es la única forma de mantener la tecnología actualizada.
El turno es para el encargado de urgencias de la prestigiosa clínica de abortos quien, con delantal en ristre y accesorios parturientos, se permite la licencia de solicitar un indulto generalizado para sus representados ya cansados de la demanda asistencial y, sobre todo, de la persecución de la que son víctimas por parte de curas y alborotados legionarios, que por todos los medios intentan amedrentarlos, rociándoles agua bendita inclusive y ver si es posible dividan las utilidades que el negocio reditúa, es que, últimamente, han notado que los sacristanes se roban todo el diezmo de los templos en pos de ir en ayuda directa de sus adoptadas; mujeres que ni cagando pretenden andar con un crío a cuestas.
El gremio de los feriantes que, por medio de su vocero, un profeta autocumplido, ruega por el buen trato a sus miembros, a sabiendas que son varios los que están en la mira de la autoridad, sobre todo los que venden plátanos, pepinos y hortalizas de la estación y que extraen ilegalmente a vista y paciencia de los inspectores, por la insistencia alcista que acostumbran, más ahora que gendarmería detectó que, en su afán de ponerse a la buena con la autoridad, son ellos los responsables de la alimentación en todos los recintos penitenciarios a lo largo y ancho del peladero. Esperan que la iniciativa, un tomate podrido a todas luces, les de la tranquilidad necesaria para seguir estafando a la ciudadanía.
Los delincuentes de cuello y corbata no se hicieron de rogar y entre trucos, malabares y movidas, fueron los siguientes beneficiados con el trámite que, no cabe duda, evitará que varios vuelvan a prisión. Lo importante aquí, dicen, es que puedan sacar de las elegantes mazmorras a un millón de honestos empresarios, que si bien se llenaron los bolsillos de un día para otro, a partir de la independencia, hace rato que andan con el deseo de gastar sus cuantiosas utilidades y reconstruir sus honestas vidas, mejor aún, darle empleo y condonar todas las deudas de sus decentes familias.
Ya casi cerrando el desfile de penitentes, apurando el trámite, es el turno para el abogado de aquel futbolista que purga condena perpetua en aquel penal de máxima seguridad, acusado de traición a la patria luego de esa vez que, durante las eliminatorias mundialistas, descontento con la paga, con los premios que percibía, afectado, además, por el abandono de su blonda novia que lo conmutó emigrando a una liga más competitiva, no halló mejor cosa que dejarse hacer ocho goles con el consiguiente resultado por todos conocidos y que elevó la tasa de suicidios en un cuarenta por ciento.
Pesar, por más los aplausos a la iniciativa, de las decepcionadas cónyuges y que ven aquí, en esta tontera, un menoscabo directo a sus años felices de soledad; se habían acostumbrado a vivir en paz y lucirse en público con sus numerosos amantes que, a propósito y enterados de la probable libertad a tanto cornudo, organizan su propia cofradía, que pronto apelará en el tribunal de la haya, huelgas de hambre si fuese necesario, para que estos desgraciados sigan en capacha, es que no están dispuestos a dejar las tibias sábanas, el mate caliente, las suaves batas de seda y esa estufa a parafina que le llega a quemar las patas.
Los más contentos, el huemul y el cóndor, quienes, todavía acalambrados, elongan en el escudo patrio, reclusorio nefasto que aguantan estoicos desde hace doscientos años, toda una tullida vida que ya no soportan y que pronto narrarán en un libro que sus editores corrigen desde la clandestinidad. No adelantan nada, porque pretenden disfrutar del sol y de la libertad por una buena temporada. Ya piensan en su rehabilitación y reinserción social y, dios quiera, poder participar de los festejos que prepara el húmedo peladero para el bicentenario, vestidos de civil y, desde luego, menos entumidos.